16/04/2017
 Actualizado a 09/09/2019
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Por una rara casualidad, a la que no es ajena la luna, este año han coincidido todas las pascuas: la hebraica, la cristiana ortodoxa y la cristiana de rito latino, que es la nuestra. Es algo interesante y digno de tener en cuenta porque a las religiones, amén de sus dogmas y creencias (que no son tan diferentes como a primera vista pudiera parecer), las separan también cosas más prosaicas y menos sutiles: como los calendarios o el empecinamiento poco científico en el modo en que algunos calculan la luna llena según el ciclo de Metón, un astrónomo ateniense del siglo V a.C. que realizaba sus observaciones astronómicas cerca de la colina de Pnyx, donde se hallaba la tribuna de oradores. La coincidencia de las fechas me ha permitido felicitar por vez primera la Pascua a mi amigo Isaac Israel, judío sefardita emigrado de Tánger a Beerseba en su juventud ya lejana. La pascua hebrea comenzó el 15 del mes de Nisán, el primer día de luna llena de primavera. Dura ocho días y durante ellos los judíos recuerdan la liberación de la esclavitud que sufrieron durante dos siglos en Egipto. «No comemos», me recuerda Isaac, «pan, sino tortas que no fermientan y alimentos permitidos por los grandes rabinos». Un pueblo que ha conservado viva la memoria de lo que le ha ocurrido en el siglo XIII antes de Cristo o que es capaz de expresarse o cantar en la lengua de la tierra que se deshizo de él en el siglo XV después de Cristo, tiene asegurada la continuidad. Siempre he tenido la impresión de que, además, han conservado algo que nosotros prácticamente hemos perdido: el gusto por contar. Que se plasma, por ejemplo, en el Séder de Pésaj, la cena tradicional de la víspera de la Pascua, que comienza, como toda buena historia, cuando se ve la primera estrella del firmamento y que es la única que tiene un ritual establecido e invariable desde sus orígenes. Pan ácimo, hierbas amargas, agua salada, un huevo cocido, frutas, un hueso de carne asada, cuatro brindis y la lectura de la Hagadá. Este año, cuando uno de los nietos de Isaac le preguntó ritualmente «¿Por qué esta noche es diferente de todas las noches?», yo también estaba sentada a la mesa. Y el año próximo, en Jerusalén.
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