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Pesadillas con anguilas fritas

20/05/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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El que más y el que menos es celoso de lo suyo. Lo está siendo la primavera, que, jugando con el suspense como Patricia Highsmith, no quiere soltar el calor de una maldita vez y tiene a los alérgicos con el corazón encogido. Lo que sí ha hecho la primavera es poner a España verde. Lo están los bosques de pino de Soria, Guadalajara capital, el interior de Alicante, la comarca del Bages e incluso los Monegros. Debería Google Maps revisar las fotos satélite y renovar su filtro con esta nueva y verdellina versión de España. Que predique con el ejemplo quien nos obliga a actualización mensual de su aplicación.

Dicen algunos inmunólogos (aunque mi brillante prima californiana no me lo ha confirmado) que los «baños de verde» previenen enfermedades. Yo, por si acaso, me sumergí la semana pasada en el Bierzo durante día y medio para darme un baño de esos. El Acebo, San Miguel de las Dueñas, Corullón y San Facundo, pueblo este último donde empieza la ruta a Matavenero. A medio camino de la senda dimos media vuelta, al contrario que los hippies que me encontraba, que sí debieron completarla, algunos con botas camperas y con un par, pero no de calcetines.

Esta semana, como no ha habido verde que valga, me he zambullido en la serie ‘Big Little Lies’, que es prima hermana de ‘Twin Peaks’, y de esta tiene mucho San Facundo. Se jactan allí de procesar el agua potable sin productos químicos y vivir en plácida armonía. Tienen una piscina fluvial tentadora y no se permite el acceso al pueblo con vehículos motorizados. Hay un solo bar restaurante en cuyo jardín sembrado de frutales y lirios sirven croquetas de trucha y la escalofriante anguila frita. Su arquitectura no es de postal pero está cuidada y su enclave en unos de los incontables valles bercianos es privilegiado.

Pero San Facundo tiene su misterio. Como el interior de las neveras cuando cierras la puerta, nunca sabrás si la luz permanece encendida. Solo vimos a una mujer de allí y, hablando en nombre de sus paisanos, nos dejó claro que son celosos de sus noches. No quieren casas rurales ni nada que perturbe su sueño. Quieren a todos los visitantes fuera a las ocho de la tarde. Que no haya pernoctaciones de ajenos para que las noches sean tranquilas y sin sobresaltos.

Aunque yo no creo que una casita o un hotel rural pudiesen viciar demasiado a San Facundo sí que voy a respetar su deseo cuando vuelva en verano a chapotear en la piscina. No quiero sufrir pesadillas con anguilas fritas recordándome la norma no escrita. Así que, a las ocho, ahuecando.
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