15/06/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Nunca he sido partidario de variar mis costumbres y lo normal sería que dedicase estas líneas al lamentable espectáculo de la moción de censura y al logro de sus protagonistas, que cada día elevan más el nivel de su indigencia política.

Pero hay veces que uno necesita que le abran los ojos para poder discernir entre lo importante y lo superfluo. Eso es lo que me ha ocurrido esta semana en la entrega del premio de seguridad vial que organiza la Fundación Línea Directa, en la que tuve el honor de participar como finalista. En una sociedad en la que el primer mandamiento es matar al mensajero, reconforta sentir que las letras que uno junta ayudan a concienciar a la sociedad de que no se puede hacer el cafre al volante. Y la perspectiva de las cosas cambia todavía más si escuchas a un chaval pedir perdón por haber matado a otro cuando conducía ebrio y explicar la labor que ahora lleva a cabo para intentar que nadie más vuelva a cometer tan inmenso error.

Y por ser fiel a mis costumbres, le diré que en la esperpéntica moción de censura el inane Mariano puso el limitador de velocidad para ver cómo los podemitas se pasaban de frenada y acababan en la cuneta, pero con el maletero lleno de horas de televisión, que es lo que les gusta. Los socialistas no salieron del garaje y los naranjitos siguieron en su eterna duda sobre si adelantar o no, pero créame que hay que darle la relevancia justa a estas representaciones teatrales que nos distraen de las cosas realmente importantes.
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