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Perpetuum mobile

18/09/2021
 Actualizado a 18/09/2021
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Hay semanas así. Semanas larguísimas como bufandas que ahogan un poco porque dan vueltas y vueltas alrededor del cuello y no se acaban. Semanas en las que los días se van mezclando unos con otros en una macedonia de horas que ni siquiera una agenda bien organizada es capaz de diferenciar. Semanas torrenciales. Semanas como una carretera sin punto de fuga en la que reverbera el sol. Semanas que se mueven como las cintas de las gimnastas rítmicas, que se estiran como los niños que intentan alcanzar el chocolate prohibido. Semanas inabarcables.

Exagero, sin duda. Soy de movimiento continuo pero pausada y prefiero dejar la aceleración de las partículas para los científicos. Pero esta semana he tenido la sensación de estar buscando minutos hasta en las ranuras del sofá, lamentándome de que no llego a tiempo, como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas.

Un día tengo que hacer una columna sobre una semana en la que no pase nada. Me imagino esa columna como una sábana limpia secando sobre una cuerda. Viene un poco de viento y la sábana se mueve. Y poco más.

Algunos creyentes en el ‘perpetuum mobile’ que conozco -culos inquietos también vale- han anunciado esta semana proyectos que merecen mucho la pena. Así los enhebro en el cordel del siguiente párrafo, igual que describía Borges la visión del Aleph: vi a Rafael Saravia anunciando un nuevo festival literario en León (Palabra) y un nuevo premio Leteo (Silvio Rodríguez), vi al bilocado Héctor Escobar enseñando al fin el antiguo edificio de Feve en San Feliz de Torío que convertirá junto a Miguel Riera en espacio literario y artístico, vi a Ester Folgueral y a Óliver Álvarez anunciar clubes de lectura para la biblioteca de Ponferrada, vi a la asociación Aragonito Azul crear una sala paleontológica en Bembibre, vi firmas del libro en la Feria de Madrid y casetas y libros, libros, libros, y vi, en fin, a tanta gente hacer tantas cosas a la vez que me sorprendió lo sincrónico de lo que pasa a veces en el Aleph cultural, ese punto del espacio que contiene todos los puntos.
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