15/07/2020
 Actualizado a 15/07/2020
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Sobre esta costumbre de escribir hay enseñanzas que uno debe tener siempre presente, que no deben olvidarse nunca por más que como bien dejo escrito el maestro Crémer: «escribir en España es, más que un duro experimento, un ejercicio de resistencia». Y más si lo haces en un periódico, pues éste, enseñó Tomás Eloy Martínez, «no es un circo para exhibirse, sino un lugar para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su combate por una vida más digna y menos injusta». Y así, recordando a Ezra Pound, una semana más me enfrento a mi propia libertad a la hora de escribir y dilucido si ante la, nunca mejor dicha, realidad, uso de ella, mi libertad, aunque puede que sea un tonto al hacerlo, o si escribo sobre ella porque me sentiría un canalla si no lo hiciera.

Bien podría revestirme de imaginarios tules y pasar de puntillas sobre un asunto que me duele, como a muchos supongo, por la contradicción que en su día me supuso su asunción política. Contradicción que, bien es verdad, asumí y me justifiqué por unos bienes civilmente superiores: la libertad y la democracia. No fue fácil obviar el artículo primero de la Declaración universal de Derechos humanos –todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros– y aceptar una institución que por sangre es detentadora de derechos y privilegios singulares.

Hablo y escribo del político dolor que me producen las noticias que cada día voy conociendo sobre los presuntos –que no falte– comportamientos del rey emérito, el campechano rey que, tal parece, nos vaciló a todos con discursos ejemplares por aquí o teoría y presuntos –repito, que no falte– apaños por allá o prácticas. Flaco favor a la patria, gorda ofensa y gran timo al presente y memoria de tanto compatriota que retorció su íntima convicción por finalizar tan largo y oscuro periodo de carencia absoluta de libertad, de libertades. Flaco favor a la institución que representó, flaco favor a su progenie. Flaco favor a los que se digan monárquicos.

Pero hombre, rey, qué necesidad tendría de tales desmanes. ¿Tan mal lo tratamos? Digo tratamos porque, como que fuese presidente republicano, no se puede decir que malviviese con cargo al presupuesto público, ese que alimenta la ciudadanía. Sería como dicen, por amor, que perdió la cabeza o sería por mor de desvergüenza. Qué triste realidad o cualidad de real.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. Cuiden, cuídense.
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