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Periodistas en nombre de la Justicia

04/08/2021
 Actualizado a 04/08/2021
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Los profesionales de los medios de comunicación están cada vez más expuestos a ser heridos, asesinados, detenidos o secuestrados mientras cubren situaciones de conflicto armado.

En esta época estival en la que los medios se inundan de lugares paradisíacos en los que pasar las vacaciones y las redes están a tope de cocteles al borde del mar y pueblecitos con encanto, hay lugares en los que el infierno no da tregua. Allí están los periodistas, en la oscuridad de los conflictos, para que el mundo sepa, para que no olvide a los que sufren y a los que intentan destruir la transparencia y la verdad.

42 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han sido asesinados mientras realizaban su trabajo este año, según el recuento anual de la Federación Internacional de Periodistas (FIP). Otros 235 se encuentran en prisión por casos relacionados con su trabajo, refleja el informe.

Es el precio que tienen que pagar algunos colegas por su búsqueda de la verdad en aras del interés público, por su lucha para que los crímenes y las injusticias no queden impunes. Un atentado contra los derechos humanos y una amenaza a las democracias de todo el mundo.

México encabezó la lista 2020 de países donde más periodistas fueron asesinados, por cuarta vez en cinco años, con 13 asesinatos, seguido de Pakistán, con cinco. Afganistán, India, Irak y Nigeria registraron tres asesinatos cada uno.

En las tres décadas que la FIP lleva contando, 2.658 periodistas han sido asesinados.

No son solo números. Son nuestros amigos y compañeros que han dedicado sus vidas a defender la libertad, amplificando la voz de los que están siendo silenciados, allí donde estén. Han asumido el riesgo y la precariedad. Han pagado el precio más alto por su trabajo como periodistas.

A partir de los últimos conflictos, puede deducirse que hay un creciente riesgo de que sean atacados de manera directa, lo cual constituye una infracción del derecho internacional humanitario.

Se suele decir que la primera víctima en una guerra es la verdad. Los informes imparciales transmitidos desde las zonas de conflicto sirven a un interés clave: en la era de la información, las imágenes y las noticias pueden tener efecto en el resultado de los conflictos armados. Por este motivo, los bloqueos a la labor periodística en los conflictos se han vuelto tan habituales que resulta alarmante. Las interferencias abarcan desde la negación del acceso, la censura y el acoso, hasta la detención arbitraria y los ataques directos contra los profesionales de los medios de comunicación.

Los Convenios de Ginebra y sus Protocolos adicionales sólo contienen dos referencias claras al personal de los medios de comunicación (Artículo 4 A (4) del III Convenio de Ginebra y Artículo 79 del Protocolo adicional I). Sin embargo, si uno lee estas disposiciones junto con otras normas humanitarias, la protección es más amplia.

El Artículo 79 del Protocolo adicional I establece que los periodistas se benefician de todos los derechos y protecciones otorgados a los civiles en conflictos armados internacionales. Esto también es válido para conflictos armados no internacionales en virtud del derecho consuetudinario internacional

Para poder percibir el alcance total de la protección que el derecho humanitario otorga a los periodistas, basta con reemplazar la palabra ‘civil’ utilizada en los Convenios de Ginebra y en sus Protocolos adicionales por la palabra ‘periodista’.

Los periodistas y demás profesionales de los medios de comunicación corren un alto riesgo de ser detenidos arbitrariamente por presuntas razones de seguridad. Aquí es donde cobra importancia la distinción entre ‘corresponsales de guerra’ (Artículo 4 A (4) del III Convenio de Ginebra) y ‘periodistas’ (Artículo 79 del Protocolo adicional I). Se reconoce a ambos como civiles, pero sólo los corresponsales de guerra tienen derecho al estatuto de prisionero de guerra. Los corresponsales de guerra cuentan con la autorización formal para acompañar a las fuerzas armadas. En virtud de esta estrecha relación, tras la captura, se les concede el mismo estatuto jurídico que a los miembros de las fuerzas armadas. Los corresponsales de guerra se benefician, entonces, de las protecciones conferidas por el III Convenio de Ginebra, complementadas por el Protocolo adicional I y por el derecho consuetudinario internacional.

Los periodistas y los otros profesionales de los medios de comunicación que trabajan en zonas de guerra enfrentan muchos peligros. Por la naturaleza de su trabajo, están expuestos a los peligros inherentes a las operaciones militares. En lugar de huir de los enfrentamientos, salen a buscarlos. Sin embargo, el peligro más grande que afrontan es, sin duda, el de los actos de violencia que se cometen contra ellos de manera intencional.

Los profesionales de los medios de comunicación que son atacados en forma directa, o que desaparecen o son tomados prisioneros durante una guerra u otra situación de violencia, constituyen un problema que preocupa y que va en aumento.

Los periodistas no solo transmiten información vital, sino que también nos ayudan a distinguir todo tipo de verdad del engaño y de las falsas apariencias, algo que es fundamental para nuestro contrato social y para que no vivamos en la más absoluta ignorancia de la realidad que nos circunda.

La corresponsal de ABC en La Habana, Camila Acosta, que acaba de cubrir las protestas en Cuba, en concreto en La Habana, se encuentra ahora en arresto domiciliario, pendiente de un proceso por «delitos contra la seguridad del Estado». Tras informar, ese mismo día, sufrió el bloqueo de internet y de WhatsApp. Fue detenida y encarcelada. Ahora enfrenta un juicio bajo una acusación similar a la que recae sobre los disidentes y cualquiera que aparezca como sospechoso ante el aparato represor del castrismo. Además de Acosta han sido detenidos una veintena de periodistas, entre ellos Iris Mariño, de Camagüey, y Orelvis Cabrera, de Matanzas.

Al menos cuatro periodistas ciudadanos desaparecieron mientras intentaban investigar el verdadero número de víctimas de la epidemia de coronavirus en Wuhan. Más de seis meses después de sus arrestos, no aparecen.

Cargar con la mochila de años de experiencia, documentando las historias más inaccesibles y duras, no protege a los reporteros del horror. Después de más de dos décadas retratando la muerte ajena a miles de kilómetros de casa, los periodistas españoles Roberto Fraile y David Beriain fueron asesinados en Burkina Faso tras un ataque de un grupo armado contra el convoy en el que viajaban.

Esa ruta, la de ir al lugar de los hechos a verificar las historias, los llevó a Afganistán, Kosovo, Irak, Congo, Laos o Siria. Juntos investigaron historias en los campamentos de la guerrilla de las FARC en Colombia, desde las entrañas del cártel de Sinaloa en México, o entre los kalashnikovs de los talibanes en Afganistán.

Se arriesgaron para narrar de forma gráfica y sin aditivos los relatos más dolorosos, aquellos que muchos no soportan mirar. Sus documentales como ‘El Ejército perdido de la CIA’ o la serie ‘Clandestinos’ les valieron premios y el reconocimiento de sus colegas de profesión.

La periodista Congoleña Caddy Adzuba, reconocida activista por la libertad de prensa y los derechos de las mujeres y las niñas de su país, está amenazada de muerte por denunciar la violencia sexual que sufren allí las mujeres.Adzuba fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 2014 y con el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado –periodista asesinado en 2003 en Bagdad tras ser alcanzado por un misil iraquí–.

Caddy Adzuba comenzó recibiendo frases así: «Habéis adoptado malos hábitos metiéndoos en lo que no os importa y creyendo que por ello sois intocables. Ahora, algunas de vosotras vais a morir para cerraros la boca».

Ha estado a punto de morir asesinada en dos ocasiones y actualmente tiene protección de Naciones Unidas.

Otros compañeros de profesión, como hemos visto y corroboran las estadísticas, no han corrido la misma suerte que ella. Recordemos el espanto que inundó el mundo ante la decapitación de James Foley en Iraq a manos del Ejército Islámico. Foley, de 40 años, fue secuestrado en el norte de Siria en noviembre de 2012 mientras se encontraba en la nación árabe cubriendo como reportero el levantamiento contra el gobierno de Bashar al Asad para varios medios extranjeros.

Su última carta, tras dos años de cautiverio y antes de morir decía así: «Recuerdo tantos momentos maravillosos en familia que me ayudan a salir de esta prisión. Sueños sobre la familia y amigos me llevan lejos y la felicidad llena mi corazón».

Las palabras de su verdugo en el vídeo que fue difundido, dejaban claro que Foley, quien únicamente estaba informando, iba a morir por las decisiones de su país.
«Obama autoriza operaciones militares contra el Estado Islámico situando a EE.UU. sobre un terreno movedizo que lleva a un nuevo frente de guerra contra los musulmanes».

Más desapercibida pasó la muerte de otros siete periodistas y trabajadores vinculados a medios de comunicación palestinos, Hamid Shihab, Khaled Hamad, Sameh al-Aryan, Rami Rayan, Mohamed al-Deiri, Simone Camilli y Ali Abu Afash durante la Operación Margen Protector, perpetrada por Israel en Gaza, en la que además murieron otros ocho periodistas que no estaban de servicio.

Los periodistas de todo el mundo deben estar salvaguardados y protegidos en su labor para que puedan desempeñar el papel de guardianes de la democracia, de guerreros por la libertad de todos.

Aunque esté en aumento el uso de las redes sociales y se considere que el periodismo clásico está en vía de desaparición, es este periodismo el que tiene el conocimiento sobre campo para llevar a cabo un buen análisis de la situación. Aunque la sociedad tienda cada vez más al individualismo y a la ceguera, esperemos que el trabajo y la apuesta de estos compañeros, los que están en la brecha y los que nos han dejado y a los que nunca se debe olvidar, contribuya a incrementar la atención internacional hacia los contextos de conflicto. A recuperar la independencia que deberían tener los medios de comunicación, en especial en las guerras, en las que revelar la verdad –aquello que no debería estar oculto, aquello que debería ser evidente, puede ser su sentencia de muerte.
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