22/03/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Perdón, perdón y una vez más perdón. No quería que mi heredera incumpliera las normas, si es que se pueden denominar así, pero ha arriesgado su posición social dentro de la manada colegial a la que pertenece. Nunca me lo hubiera imaginado, pero ha decidido ir contra las leyes establecidas y con premeditación y alevosía ha ejecutado su plan perfecto. Me la imagino oteando el horizonte, mirando en todas direcciones con el ceño fruncido, aprendiendo a disimular para que pequeños y adultos no adivinaran el sacrilegio que estaba cometiendo.

Mi mujer y yo, perdón una vez más, en esta ocasión por utilizar el adjetivo posesivo ‘mi’, que ya saben que ahora tampoco se puede emplear según la Santa Inquisición de lo Políticamente Correcto. Quería decir que la mujer que vive conmigo en casa y que aparece en el libro de familia junto a un servidor, negará en el juicio haber incitado a su hija, otra vez perdón, retiro el adjetivo posesivo ‘su’, quería decir al ser vivo que acogió durante nueve meses en sus entrañas, a cometer un delito que sin duda marcará su porvenir.

Es triste pero sí, me cuesta reconocerlo, pero mi hija el pasado lunes utilizó su estancia en madrugadores para, valiéndose de sus manos inocentes, hacerme un regalo con motivo del Día del Padre, incumpliendo los mandatos vociferados desde los púlpitos por los Torquemadas actuales. Sé que es una osadía y una muestra de insolidaridad total el sentirse orgullosa de su padre y por ende, dedicar diez minutos de su tiempo a colorear un corazón y a escribir un ‘Te quiero papá’. Sé que la mujer con la que comparto habitación y yo mismo, deberíamos haberle explicado que para evitar herir sensibilidades entre sus compañeros nunca debe hacer manifestaciones que demuestren que tiene un padre y una madre. En su caso, debe decir que comparte casa con alguien, sin mencionar número ni sexo de sus compañeros de piso, porque entonces al resto de amigos se les puede ocurrir comparar con su núcleo familiar y ya tenemos el trauma a la vuelta de la esquina. Y claro, nada de contar en el patio que su padre y su madre le dan besos y abrazos un día sí y otro también, porque puede haber alguno de los oyentes que pueda sentirse mal al no recibir la misma cantidad de dosis de cariño.

Lo único que me queda ahora es pedir perdón en su nombre a todas aquellas personas a las que su conducta antisocial e intolerable haya podido causar perjuicio. Asimismo, prometo dialogar con ella, en presencia de su abogado, por supuesto, y explicarle que cuando se acerque el Día de la Madre o el Día del Padre reprima sus instintos y luche para no caer en la tentación y si alguien le pregunta si tiene padre y madre le conteste que vive con gente. De esta manera, los niños que tienen sólo padre o madre, los que tienen dos padres y los que tienen dos madres no se sentirán atacados y humillados por una compañera que sin haberlo pedido forma parte de una familia tradicional y arcaica.

Y cuando se vaya su abogado y esté a solas con ella le explicaré que no es más ni menos que nadie por tener un padre y una madre, porque ni el orden, ni el número ni el tipo de los factores de esta suma familiar tienen por qué alterar el resultado final, que debería ser amor y protección. Y puestos a sincerarme, echaré arrestos y le diré que nunca, ‘never’ como se dice ahora, debe dejar de sentirse orgullosa de lo que es y de lo que tiene, porque eso no es muestra de egoísmo ni de intolerancia. Todo lo contrario. Todos, y digo todos, debemos sentirnos orgullosos de lo que somos, independientemente de raza, género, color, edad, religión, orientación sexual, profesión e incluso, y miren que soy benévolo, del partido al que votamos.

Por todo esto, ¿saben lo que les digo?, que retiro lo dicho y no pido perdón ni en nombre de mi hija ni en el mío propio. Y no voy a ser yo el que exija que sean otros los que pidan perdón por convertir el paso de nuestros hijos por el colegio en una pantomima, obligando a los profesores a no salirse del redil de lo políticamente correcto bajo pena de muerte social, lo que les imposibilita en muchas ocasiones el desarrollar su labor profesional de la mejor manera posible. Allá cada uno con su conciencia y su ignorancia. Eso sí, llegará el día en que los profesores dejarán de ir a trabajar porque no podrán hablar de nada sin herir sensibilidades. Con la espada de Damocles que tienen sobre su cabeza con el tema de los deberes y los castigos, están como para jugarse el cuello con hacer alguna mención en horas lectivas sobre el Día de la Madre o el Día del Padre.
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