11/01/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Cuando el negrillón de Boñar perdió el andar y quedó en una silla de ruedas, después de años de experimentos por parte de los técnicos que no pudieron hacer nada contra el mal que lo dejara seco, los vecinos y visitantes de la Villa de la Montaña del Porma, se conformaron con verlo atado en medio de la plaza, frente a la iglesia y a las farmacias, y poco a poco, recubierto de hiedra y con los brazos amputados como clamando al cielo.
¿Se acabaron por eso las señas de identidad de la Villa? "Dos cosas tiene Boñar que no las tiene León, el maragato en la torre y en la plaza el negrillón". La una, queda; la mas tonta, la más ridícula, la más mentirosa, la más impostada, la de fuera. A la otra, al negrillo viejo, se lo llevó del todo el fuego bacteriano, la mala sombra, la trampa, el mal fario, la intemperie negra. Y uno se pregunta ¿Se habrán dado cuenta los de allí de lo que pierden? Las ancianos, sí. Los jóvenes… ¡Si, ni siquiera lo conocieron!

Es un hecho que el olvido llega, que las lágrimas se secan, que el ayer se pierde lentamente en un amasijo de recuerdos. Pero es un hecho que tan solo la edad nos pone ante los ojos. La juventud y la madurez, ocupadas en alcanzar lo imposible, no resultan para descifrar el verdadero enigma del ser, que es el movimiento. Aunque la inquietud pueda paliar la quietud en alguna forma.

Cuando mi madre, Paula, acosada por el fuego bacteriano de la edad, comenzó a tener problemas de movilidad, nos repetía que no quería silla de ruedas, porque si perdía el andar qué iba a ser de ella. Perder aquello que se ha tenido, la juventud, el bienestar, los seres queridos, no debe ser nada comparado con perder el movimiento.

Perder el arte de moverse de aquí para allá por los espacios infinitos, como el jardín, la biblioteca o la cocina. Debe ser terrible. Un poeta leonés de altura lo sabe porque lo padece desde hace tiempo. Pero el negrillón ha muerto. Los operarios lo han troceado y lo han llevado al vertedero.
Así, un día, también nosotros, que somos árboles y no viento, plantas y no pájaros, caricias y no lamentos. Brazos cortados rodeados por la hiedra.

Boñar ha perdido su mejor seña de identidad, su viejo corazón, y se ha quedado aislada, sin senderos, aquellos por los que solía llegar el primer verso que te dan los dioses. "Quien no espera el poema, tampoco lo reconoce", escribió Paul Celan.
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