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Perder la guerra

28/09/2022
 Actualizado a 28/09/2022
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Mambrú se fue a la guerra mire usted, mire usted que pena... Una vieja canción infantil que para los niños de hoy sería como un videojuego o una película de Disney.

Desde que Caín levantó la quijada asesina, el mundo se llenó de muertos, tanto en las calles, las casas o en el campo de batalla. No hace tanto, Europa fue devastada en las dos Guerras Mundiales –España tuvo su guerra particular– pero nunca pensamos que los mismos episodios pudieran repetirse tan cerca, ni tan pronto. Y así, nos vemos involucrados en la contienda entre Rusia y Ucrania, que no sabemos cómo acabará. De momento, la UE –como el tercer frente– se limita a enviar armamento, prolongando el desastre y aumentando el número de muertos en Ucrania. Pero los jóvenes soldados rusos también mueren y como se ve en las calles de Moscú, no han elegido ir a batallar.

«Nous sommes tous condamnés...» –entona el grupo folk La Bamboche– que recuerda una batalla de la Guerra del 14. «Estamos condenados» y el estribillo, «que quienes hacen la guerra, la paguen con su piel».

Desde aquí se mira con cierta frivolidad e indiferencia. Me repele escuchar a los bustos parlantes en su tedioso desgranar de muertos; como una quiniela que apuesta sobre un pronóstico. Increíble es que el propio Papa Francisco, jalee la muertes causadas por las tropas de Ucrania, con el mismo entusiasmo que asistiría a un partido entre el Boca Juniors o el River Plate. Es la misma estrategia del inicuo obispo Setién, que oficiaba funerales para los etarras y se los negaba a las víctimas de los terroristas.

Cualquier día, acabará esta conflagración, pero en ningún caso se cerrarán las heridas, ni podremos hablar de una paz duradera. En Yemen, Angola, Congo, Eritrea, Siria o Palestina, la gente se mata.

Por último, no puedo obviar la Guerra del Rif. Sólo en Annual perdimos 13.000 soldaditos españoles. En el Barranco del Lobo 150. En el Monte Arruit, 3.000. Y otros, aniquilados en pleno desembarco, sin llegar a pisar el suelo rifeño. No faltaron acciones heroicas.

El gobierno de Maura reclutó a los reservistas –como en Rusia–. Padres de familia, huérfanos y obreros, que con 10 reales de paga, se enfrentaban a morir de hambre en España o ser asesinados en el Rif. Para los hijos de la burguesía, si papá pagaba una cuota de 6000 reales, el nene se quedaba en casa. Siempre igual.

El sentir de aquellos sorchis, que yacen bajo la arena del desierto, eran los mismos de los muchachos que ahora son obligados por sus dirigentes a morir o matar.

Por cierto, el llamado Mambrú, que aparecía en las perras gordas, era el duque de Marlbouroug que murió por el siglo XVIII.
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