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Perder el juicio

02/02/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Sentí que estaba a punto de perder el juicio. Para evitarlo, llamé a Ruth, mi amiga abogadaaa, que no suele perder ninguno. «Mira, Ruth. Estoy a punto de perder el juicio, lo noto. ¿Qué me aconsejas?». Me miró un poco raro desde muy detrás de las gafas, como si estuviera al otro lado de un catalejo doble. «A ver, tía, no sé si te habrás dado cuenta de que ese no es mi tipo de juicios», sentenció. Pero, como también suele defender causas perdidas, me pasó la dirección de una consulta y pedí cita para finales de semana.

Hasta que llegaba el día, me propuse leer sólo libros razonables. Aparté ‘La pianista’, de Elfriede Jelinek, porque la turbia historia de Erika Kohut no es la mejor para mi juicio, y cogí ‘Lugares fuera de sitio’, de Sergio del Molino. Es un ensayo cargado de razón en el que se descubren sitios como Olivenza y Rincón de Ademuz; con el que he paseado por Melilla y por Ceuta, y he conocido algo más lugares en los que había estado, como Gibraltar y Andorra. Ya que dice el refrán que el perro que se mueve no siente las pulgas, todos esos viajes me han venido muy bien estas noches.

«El nacionalismo se obsesiona con borrar el tiempo y convierte largos siglos en paréntesis y salas de espera en las que no sucedió nada relevante, sólo se acumuló el polvo y la porquería, hasta que llegó el restaurador con su trapo y sus soluciones de amoníaco», escribe Del Molino. Leer esto es muy sano para el juicio. Para contrarrestar la indigestión mental que provoca la exaltación de algunos discursos, tampoco va mal lo siguiente: «no pierdo nunca de vista que los países son también invenciones».

El libro me sentó bien, pero a mitad de semana me mandaron una noticia del prestigioso ‘El Mundo Today’ que anunciaba: «Expertos pesimistas demuestran que todo es una mierda», y mi juicio se hundió de nuevo. La cuestión, dicen estos estudiosos, no es que la botella esté medio llena o medio vacía, sino que todo es agua del grifo.

Menos mal que por fin llegó el día de la cita. La médica no me dio tiempo ni a contarle mis sueños más chungos ni a hablarle de la infancia. En cuanto abrí la boca, me metió las pinzas y perdí el juicio. Ya está la puñetera muela fuera.
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