17/08/2020
 Actualizado a 17/08/2020
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¿Estamos perdiendo el andar? Con el PIB bajo mínimos, somos el país de Europa con mas posibilidades de necesitar una silla de ruedas. Y, según la madre del cronista, perder el andar es abandonar la última trinchera antes de rendirse. ¿Estamos perdiendo, también, el gusto, el tacto, y el oído? En Argentina han establecido que la anosmia, y la ageusia-disgesia, son dos síntomas claros de contaminación del Covid. Escribe el asturiano Ricardo Menéndez Salmón en su «No entres dócilmente en esa noche quieta» a propósito de su padre: «La ageusia inauguró otra nueva etapa en la vida de mi padre, una involución sin retorno».

Perder el olfato y el gusto era una de las consecuencias inmediatas de la emigración. Dejábamos de comer picante. Nos volvíamos incautos y ya no sabíamos oler a chamusquina. Perder el oído suponía dejar de cantar en cuanto cruzábamos la raya, a no ser en Benidorm, en la playa de Poniente, donde todas las mañanas, a las doce en punto, se reúnen centenares de personas para entonar todo tipo de canciones, desde Habaneras a Asturinas. «Cinco sentidos tenemos; los cinco necesitamos; pero los cinco perdemos cuando nos enamoramos». ¿Será el amor la pandemia universal?

Perder el oído también es muy grave. Y más uno es un emigrante, que, al salir de su tierra, recala en otra en la que apenas se canta, como Cataluña, a no ser las habaneras de la Costa Brava y alguna sardana de dormición desesperante. En la boda de gran poeta de Cármenes, Ángel Fierro, en Barcelona, se produjo el hecho físico de la separación en dos bloques: los que cantábamos (leoneses) y los que no cantaban (catalanes)

Muchos emigrantes, al regresar a León, a los primeros cien kilómetros, por Lérida en este caso, ya comenzamos a entonar alguna de pastores que bajaban de de la montaña y se iban a Extremadura; y, pasado Logroño, la cosa se encabrita y, a voz en grito, comienza una Ranchera de las Pedro Infante: «Por la lejana montaña / va cabalgando un jinete/ lleva en el pecho una herida / y va deseando la muerte». Y, ya en Burgos, nos atrevemos hasta con una de de Santander, reciente: «Voy a saltar de la rama de un roble / gritar tu nombre/ y echar a volar. / Tengo la furia del viento del norte / y esa bravura que viene del mar».

Tal vez hubiera sido mejor haberse quedado en el pueblo, para advertirle al río con los versos de Daylan Thomas: «No entres dócilmente en esa noche quieta». Lo dijo Rabindranath Tagore «¿Para qué salir de casa, para perderlo todo?»
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