Pena embotellada

20/02/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Un pequeño lago testigo de las últimas lluvias y sembrado de naves en forma de botella es lo que queda de una tarde noche de alegoría de la amistad empapada en alcohol. Se mueven los reductos de cristal al son del viento, enseñándose en el paseo al lado del río de Ponferrada y a la espera del siguiente viernes, porque en él ponen fecha para volver a reproducirse, bautizadas en el agua del mismo charco. Son hijas de un botellón más, de esos que se ven venir cuando las bolsas de supermercado van columpiándose en manos de la adolescencia. No hay trabas que los atajen. No lo hace el frío, para eso está la mantita que acompañala otra mano y las hormonas dilatadas, ni tampoco el acceso al potaje, que, aunque penado a menores, sigue sin suponer un atajo para los protagonistas de las sesiones de bebercio y reggaeton. Con más pena que gloria vuelve a escena cada fin de semana sinvía de escape. Pena porque, sin intención de sonar a abuela renegona, es un fraude crecer así. Ahogar la voluntad de unos críos en el alcohol pasajero no deja de ser más que el testigo de una sociedad ciega de pies. No se ven pasos ni caminos ni mucho menos sueños y eso hace que el espectáculo esté asegurado para los agentes de la policía con la caída de ojos del viernes. Vuelve a oler la ciudad a borrachera de calle, a sonidos fáciles con mensajes de rombos infinitos, a saltarse la clase, a tirarse de cabeza al interior de un teléfono móvil… a desastre y a pensar que lo que llega no nos salvará.
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