28/12/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Al igual que hay héroes que se prestan voluntarios para salvar la civilización yendo a comer durante un mes seguido a los que, por conocidos no voy a nombrar, establecimientos donde venden hamburguesas para demostrar lo insano de su consumo, yo, pobre de mí, también he hecho algo parecido, pero no para que me afectase al estómago, sino para que se me volviese gaseosa el cerebro. Aquellos engordan como si fueran globos, les sube los niveles de colesterol y de azúcar y de triglicélidos hasta volverse locos y muchos, héroes, repito, han estado a punto de palmarla. Para volver a la normalidad han tenido que someterse durante mucho tiempo a una dieta rigurosa a base de lechuga y de tomate, estrictamente, sin hacer concesiones a nada de lo que les podía apetecer. Uno, cuan Quijote empachado de libros de caballería, ha estado viendo en las distintas televisiones que componen el pak básico de la oferta digital, todas las películas que ha podido sobre la Navidad y el amor. ¡Joder!, bien pensado el héroe soy yo. Todas estas películas son de serie B, o C, o D, realizadas por los estudios americanos como churros para consumirse en la televisión,estrictamente en el mes y pico que va desde Acción de Gracias hasta el Año nuevo. Creo que ninguna llegó a estrenarse en las salas de cine. Todas y cada una de ellas tienen un argumento que, por conocido y previsible, resulta pesado y plano, como un electroencefalograma. Protagonista que no cree para nada en la Navidad, que la odia, conoce al otro ‘prota’, (que sí ama la Navidad y todos los estereotipos que la acompañan), y poco a poco se enamora y se vuelve adicto a la cosa. Normalmente, en más del 80 % de los casos, la acción sucede en un pequeño pueblo maravilloso de cualquier estado de Nueva Inglaterra o de las Rocosas que, eso sí, te dan ganas de conocer inmediatamente. En esos lugares todos se llevan bien, son una gran familia donde todos se aman y se aprecian, donde nadie cierra la puerta de su casa, donde todos van a la iglesia, donde todos, por supuesto, votan al partido Republicano, donde todos defienden a muerte el estilo de vida americano mientras hacen toneladas de galletas de jengibre con las formas de Papá Noel, del árbol, imprescindible, o de los patucos que cuelgan en la chimenea esperando los regalos la noche del veinticuatro de diciembre. (Uno nunca fue muy de Papá Noel, pero después de esta maratón le he llegado a odiar profundamente).

El fin último de estas películas es el de la propaganda. Todo en América es bueno y perfecto que para eso es el país elegido por Dios. No hay pobres ni miseria, no hay discriminación racial, no hay robos o asesinatos, (estos sólo suceden en las grandes ciudades donde los putos negros y los hispanos lo han estropeado todo). Son películas profundamente racistas, como lo fueron, en su momento, dos de los iconos sagrados de la historia del cine: ‘El nacimiento de una nación’ y ‘Lo que el viento se llevó’. Son, en definitiva, películas que están hechas con toda la intención. ¿Cual? Dejar perfectamente claro que el sueño americano está ahí, como siempre lo estuvo, como siempre lo estará y que para defenderlo son capaces de cualquier cosa, incluso los habitantes blancos de un pequeño pueblo de Vermont o de Montana. Películas que hubiera podido dirigir su presidente, el esparaván de Trump, actualmente entregado a cruzadas tan estrafalarias como intentar poner puertas al campo para impedir lo que a sido consustancial al modo de vida americano: la emigración, o meterse en líos en regiones tan lejanas de su país como Irán, Israel o Corea del Norte. Según su sistema imperialista de pensar, lo que ocurre allí les afecta directamente, les va su modo de vida en ello.

Que los yanquis sean como son, que consuman esa bazofia alegremente, bien pensado, a uno le da lo mismo. Lo que no logro entender es por qué nos la hacen consumir a los españoles. En los sesenta y setenta del pasado siglo, la oposición al franquismo denunciaba a voz en grito la colonización a la que estaba expuesta España. Hoy en día, cuarenta o cincuenta años después, lo tétrico es que ya es inexorable. Hemos cogido ‘prestadas’ muchas de sus fiestas, por supuesto todo su cine, sus hábitos alimenticios, su bebida emblemática, sus expresiones coloquiales, su forma de vestir... No nos diferenciamos demasiado de sus habitantes, tanto más cuando formamos parte de su fuerza militar imperialista, siendo, como es, la nuestra anecdótica. (Sólo hay una cosa que nunca podré perdonar al Psoe: meternos con calzador en la OTAN, con todo lo que conlleva).

Ahora que estamos ensimismados con un problema de escaso recorrido e interés, el proceso catalán, nos olvidamos de que, en cualquier día del próximo año, Trump y su forma de vida, nos pueden llevar a una hecatombe nuclear, para defender su ‘idea’ . En esta vida debería haber un catálogo de prioridades en las preocupaciones. En cualquier caso, os deseo, a mis cuatro lectores, un próspero y feliz año nuevo.

Salud y anarquía.
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