27/02/2015
 Actualizado a 12/09/2019
Guardar
Un tratamiento de 12 semanas contra la hepatitis C cuesta 40 veces más caro en España que en la India. Esta descomunal disparidad de precios está vinculada al poder que otorgan las patentes a las grandes empresas farmacéuticas. Estas patentes hacen que exista una inmensa diferencia entre el coste de producción y el precio de venta. En España un tratamiento de 12 semanas para la hepatitis C con Sofosbuvir cuesta 25.000 euros.

Expertos en salud pública como el California Technology Assessment Forum consideraron que el precio no está justificado y que difícilmente es asumible por las personas que sufren la enfermedad. Se estima que hay en el mundo entre 130 y 170 millones de enfermos de hepatitis C que dependen de la patente de una empresa privada. Y no hay competencia, ya que existen las patentes. ¡Se está patentando la salud!

La farmacéuticas saben que los pacientes no pueden pagar estos tratamientos pero presuponen que presionarán a sus sistemas sanitarios para que asuman estos inmensos costes. Así ha sido en España. En los últimos meses miles de personas se han manifestado por toda España para exigir que los sistemas públicos de salud les faciliten el nuevo tratamiento para tratar la hepatitis C. La industria farmacéutica, según las visiones más críticas, utilizaría tres estrategias para imponer sus intereses comerciales: el ‘lobby’ o presión corporativa sobre políticos y líderes de opinión, los conflictos de intereses y las famosas puertas giratorias.

Puede que se gane la batalla de la hepatitis C. ¡Ojalá! La vida de muchas personas está en juego. Pero habría que plantearse si el problema de la hepatitis C no se repetirá continuamente con otros tratamientos patentados. Entones tendríamos un dilema transcendental: luchar por el acceso a medicamento impagables como está ocurriendo con la hepatitis C o combatir enérgicamente por la democratización de las patentes. Esta segunda estratégica, mucho más coherente, evitaría que los especuladores jueguen con nuestra salud.

Las patentes deberían servir sólo para que las multinacionales farmacéuticas pudieran recuperar las inversiones realizadas para desarrollar los medicamentos. Además, muchas veces los medicamentos nacen en la investigación básica que realizan universidades e institutos científicos públicos. Los estados pagan la investigación y a la vez son los principales clientes de la industria farmacéutica. ¡Ésta es la gran paradoja! O tenemos esto claro o seguirán patentando nuestra salud.
Lo más leído