11/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Han pasado las fiestas de San Froilán, (en los últimos años las verdaderas fiestas de León), y mañana llega el puente del Pilar, por lo que los acontecimientos que se han sucedido estos días son, mayormente, irrelevantes; ya se sabe, cuando estamos de fiesta y salimos a la calle, las cosas que nos ocurren, por malas que sean, se toman de manera más deportiva, menos crispante. Aunque sea positivo para la convivencia, para el que se sienta delante del ordenador para componer un artículo de opinión es una jodienda, porque se queda, uno en este caso, casi sin argumentos con los que envenenarse el hígado y envenenarlo a los lectores. León, y más éstos días, sigue siendo una balsa de aceite en dónde nunca pasa nada, en la que se da todo por supuesto y así, tenéis que comprenderme, lo más seguro es escribir sobre el sexo de los ángeles, sobre lo mal que están el Madrid o el Barcelona o sobre las profundas enseñanzas de vida que nos obsequian los de la casa del Gran Hermano y su presentador aúlico, ‘el Mermelada’.

O, también, se puede uno lanzar a las piscina y escribir sobre lo que es, bajo mi modesto punto de vista, el gran engaño con el que nos han estado machacando todo el santo año: la capitalidad española de la gastronomía de nuestra sufrida ciudad. Salgo poco de vinos o de cañas por León, pero, cada vez que lo hago, me llevan los demonios. Hemos interiorizado el tema de la tapa de una forma tan errónea que tragamos carros y carretas por su culpa. A cuenta de la tapa, los hosteleros de ésta provincia tiran la melena al alto y se permiten el lujo de cobrar precios que nos ponen a la altura de las ciudades más cosmopolitas de Europa aunque, por desgracia, cobremos cuarto y mitad menos de salario. En León me han cobrado 1,90 euros por una caña con limón, servida en vaso de 0,33 cl. Me sucedió en el barrio de Eras de Renueva y es, creerme, más caro que en muchos barrios de Madrid. Y por un Prieto Picudo clarete te pueden cobrar, sin sonrojarse, 2 euros. No hablamos si vas de ronda con un sibarita que beba un Ribera de Duero o un Rioja de gama media, porque el pico te puede llegar a 2,80 o 3 euracos. Como digo, ponen como excusa el precio de coste de la tapa. Qué es muy cara, que merma mucho, que si patatín, que si patatán... Hablando de patatas, ¿no os ha ocurrido que cuando el camarero se pone a cantar todas las tapas que tiene, al decirlas a toda velocidad para ganar tiempo, sólo te quedas con la última que, ¡qué casualidad!, suele ser patata? A mi, muchas veces. Uno cree que los precios que se cobran en León son una osadía, por no decir una vergüenza. Y resulta todo tan desquiciante que ahora han puesto de moda hacer lo mismo con el, antiguamente, triste café de la mañana. En el centro, a cuento siempre de la tapa que te ofrecen, me han cobrado por un café cortado la locura de 1,40 euros. A ver, sé de lo que hablo, no lo hago a tontas y a locas. Un café, de costo para el chigrero, siendo de primera calidad, (uno que venga de Kenia, por ejemplo), no llega a 0,35 céntimos ni harto de grifa. La misma cuenta se puede hacer con la cerveza y el vino, exactamente la misma, y los resultados son igual de espectaculares. Botella de vino de Prieto, 4 euros de coste. De una botella se sacan 6 vasos si eres un manirroto, siete si eres legal y 8 si eres un rata. O sea que la vendes por 12,60 y ganas 8,60; un pico razonable. Lo de la cerveza es más difícil de explicar y se gana mucho más que con el vino. Pero, ¡claro!, tenemos como excusa la dichosa tapa para hacer las mayores, y mejores, tropelías. ¡Joder!, que no la pongan. Tomemos como ejemplo a los vascos. ¿Quieres un pincho?, págalo. Y sabes que estás comiendo una pequeña obra de arte qué, por supuesto, está buenísimo. Parecido a la mayoría de las tapas que te ‘regalan’ aquí, himnos a la grasa y al colesterol, al aquí te pillo aquí te mato...

Quiero ser ingenuo y pensar que toda esta movida está dirigida a las hordas de turistas bienintencionados que nos invaden todos los fines de semana desde que inauguraron el AVE y por el cuento de la capitalidad. Me encantaría creer que es por ellos que vienen con la cartera implada de billetes por lo que se han puesto estos precios. Pero no es así. Los paganos de la situación somos los vecinos y residentes en la provincia de León, que, desgraciadamente, somos los que salimos a tomar vinos casi cualquier día de la semana. Y lo malo es que este problema no tiene solución. Cuando llegue la cuesta de enero y nos quedemos más solos que la una, cuando se acabe lo de la capitalidad de la gastronomía, no bajarán los precios, ¿o no os acordáis de lo que ocurrió cuando el cambio de la peseta al euro? Un café costaba 100 pesetas una noche; a la mañana siguiente, 166...

Salud y anarquía.
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