28/08/2020
 Actualizado a 28/08/2020
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Nunca he sido mucho de rugby. Cuando estudiaba en Madrid jugué un par de partidos con el equipo C del colegio mayor en Cantarranas, donde el barro llegaba a la rodilla desde el verano. En el primero de ellos casi me parten una rodilla, en el segundo vi peligrar mi descendencia y decidí poner fin a una corta pero intensa carrera como ‘rugbier’ con un global de dos derrotas y un 129-14 de resultado acumulado.

Sin embargo, una cosa que sí me gustaba del deporte además del concepto del tercer tiempo (jugar para poder hincharte a cerveza a renglón seguido, genialidad táctica) era el concepto de ‘patada a seguir’, que viene siendo alejar los problemas (en este caso el balón), pero teniendo que ir tú mismo a por él si no quieres volver al mismo punto en el que estabas.

Algo así es la sensación que estoy teniendo este verano en el intento de recuperar cierta normalidad... pero sin la parte de ir a por el balón. La huida hacia adelante es evidente hasta el punto de que la gente culpabiliza a personas,como ellos, con su responsabilidad o irresponsabilidad, ya sean futbolistas, panaderos o pintores, por contagiarse del maldito bicho.

Ni toda la responsabilidad la tienen los ciudadanos, ni las administraciones tienen derecho a pasarse la pelota, siempre hacia atrás como bien marca el rugby, con la impunidad con la que lo hacen en un ejercicio que lo único que consigue es despistar a la sociedad, que cree saber ya más que quien dicta las normas o que incluso niega abiertamente la existencia del virus.

No tengo muy claro que de esto vayamos a salir mejores, de hecho ahora mismo ni veo la luz al final del túnel, pero lo que sí está meridiano es que la marca la vamos a llevar ya siempre y eso, como en el rugby, suele dejar secuelas.
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