24/07/2022
 Actualizado a 24/07/2022
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Vivimos rodeados de gente a la que no le gusta jugar. Gente de natural hacendoso –dígase con voz de Umbral– a la que los juegos le incomodan pero no lo reconoce y de puertas para afuera dice que jugar es de gilipollas –ídem, más Umbral–. Afirman que esa variedad de entretenimiento es opio para el pueblo, el circo del pan. Odian las cartas, las consolas, los juegos de mesa y no digamos los pasatiempos. Y ¿qué hacen esos abofeteables en vacaciones? Leer ‘El Príncipe’ de Maquiavelo, y seguir con el resto de clásicos de la colección Espasa cuando lo hayan terminado dentro de cuatro veranos, y ciento veinte siestas.

Por otro lado están quienes opinan que gilipollas no, pero cándidos sí que resultan los aficionados a los pasatiempos, con sus librillos de hojas ásperas de papel reciclado todo el día a cuestas. Se parten con los gozadores del autodefinido, las flipadas del crucigrama y los viciosos de la sopa de letras. Y ya, cuando ven a personas nacidas después del año 2000 lápiz en mano se les desmonta su idea del mundo por completo (mientras los padres de los chavales están encantados con la cantidad de vocabulario que aprenden los niños, ay, ay, ay). Si aquellos escépticos entrasen al kiosko de mi barrio y viesen la balda llena de libritos de pasatiempos fliparían con el tirón mercantil que tienen.

La editorial Blackie Books ya lo sabía. Por eso, hace once años o para allá, comenzó a editar un Cuaderno de verano con pasatiempos hipsters. Lo publicitan como la herramienta ideal para el refresco de las capacidades cognitivas, que dicen que se atrofian durante los parones prolongados (a.k.a. las vacaciones estivales) igual que hicieron siempre Vacaciones Santillana y los cuadernillos Rubio (la novedad de estos es que se venden hasta en el Ahorramás). Y ha querido el azar que, familia política mediante, haya caído en mis manos la edición 2022 de ese Cuaderno de Blackie Books llevándome a aceptar que no hacen ningún daño, que el único problema de esa actividad es su propio nombre, pasatiempos, pero suficiente para posicionarme y anunciar que hasta que no cambie el nombrecito a mí no me verán volcado en su resolución. Soy más de leer ‘El Principe’ (y dormir la siesta) quizá por culpa de la atrofia cognitiva que me produjo el asalvajamiento veraniego en la infancia.
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