Participación vecinal

Alfredo del Río Encinas
03/12/2019
 Actualizado a 03/12/2019
El pasado miércoles asistí a la cita que la Concejalía de Participación del Ayuntamiento de León remitía a algunas asociaciones de la ciudad (no a todas), para, entendí yo, ofrecer la necesaria y oportuna participación vecinal en la gestión del ayuntamiento y, de paso, se supone, ofrecer transparencia y recibir sugerencias sobre la situación que se percibe en la ciudad. Ignoro si la invitación se circunscribía a asociaciones de vecinos, o en general a todo tipo de asociaciones registradas en el ayuntamiento, pero ante ambas opciones se me antoja que no se cumplió con las expectativas. Primero porque si hubiese sido reducida a las organizaciones vecinales, no habrían invitado a asociaciones de otra naturaleza como así fue, y segundo porque si la invitación iba destinada a todo tipo de asociaciones, resultó demostrable que algunas de ellas no recibieron la mencionada invitación. En ambos casos, desconocemos el criterio aplicado por la Concejalía de Participación para invitar al evento.

En cualquier caso, en esa asamblea me encontré en un escenario amable, una especie de circo descafeinado, de un diseño con tufillo americanizado pleno de acólitos, en el que no se prodigó el dar la palabra a los díscolos (como la genuina participación ciudadana debería exigir), resultando de esa actitud el hecho de que las escasas cuestiones de carácter crítico que surgieron no fueron sino simples cuestiones menores de ámbito muy local y doméstico, abandonando al ostracismo otros temas candentes y de importante calado, como algunas de las allí presentes percibimos. Pero la sorpresa mayúscula, y de ahí la razón de estas reflexiones, se produjo cuando en un momento determinado, un representante de la concejalía de Participación propuso un ejercicio masivo e increíble de meditación colectiva, que recordaba las prácticas ayurvédicas (con permiso de los textos vedas) o quizá semitántrica (con todo respeto para el budismo). El panorama resultaba tan ridículo, por tratarse de que la propuesta y el espacio en el que nos encontrábamos era el de una institución pública no sólo aconfesional sino también supuestamente crítica con las dinámicas seudocientíficas, que realmente pareció que asistíamos despistados a una de esas reuniones tan del gusto norteamericano, donde un sectario líder verborreico nos vende algún tipo de práctica para la felicidad eterna, mezclado con una crema para las arrugas, o bien que sufríamos algún tipo de enajenación o arrebato alienante. Si a esto se le acompaña el hecho de que el acto finalizó con todas las asistentes en pie, emocionados, entonando el himno de León, la cosa realmente pareció otra cosa, más en la línea de arriesgados ejercicios de peligrosa exaltación nacionalista… con su nombre y todo...

Pero eso sí… nada de hablar de presupuestos participativos, ni de los gastos que nos está suponiendo el Palacio de Exposiciones, ni del consorcio del Aeropuerto de León, ni de la abusiva ocupación por parte del sector del taxi en los parkings del Hospital y de la Estación de Adif, ni del coste de las Luminarias, ni del sospechoso proyecto de supermercadilización de la Granja, ni del dinero que nos cuestan las obras del museo del Obispado, ni del cuestionado presupuesto que se le asigna a las cofradías de la Semana Santa, ni de la privatización de servicios, ni de la situación de los servicios sociales y de ayuda a domicilio, ni de la necesidad de guarderías infantiles, ni del futuro del Teatro Emperador, ni de la Estación de Feve, ni de otras muchas lindezas que se gestaron en otras legislaturas, pero de las que deberíamos conocer la posición del actual ayuntamiento del PSOE… En fín…, en opinión de muchas personas asistentes a este evento, la nueva corporación municipal debería revisar el formato de las asambleas y reuniones abiertas al vecindario, y luego remangarse para estudiar, y disponerse así a definir qué entiende el consistorio por participación ciudadana. No hace falta ser un Marchioni ni un experto en participación comunitaria, pero da la impresión de que, aunque a la corporación le gusta el término, aún está muy lejos de entender realmente la esencia de la filosofía participativa.
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