30/03/2022
 Actualizado a 30/03/2022
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Parole, parole... una hermosa canción de la fascinante Mina. Que nos da pie para hablar de ‘la palabra’.

Algo nos pasa cuando, cada vez que abrimos la boca, nos sale una palabra con resoanancias extranjeras para cualquier objeto o situación. Somos como una esponja que se empapa con todo lo que se parezca a inglés. Digo resonancias porque en la mayoría de los casos, tal como se pronuncia, ningún angloparlante las entendería. Términos como: close, open, fast food, chiken, loft, take away, kitchen, gost, delivery. Y los infinitos que cada día entran para remplazar los que tenemos en nuestro idioma. ¿Tontería, afectación o moda?

No sé qué diría Marcel Proust si un traductor tildara a su magdalena ‘mufin’. Se devanecería el aroma de recuerdo o añoranza. Y es que cada palabra no es sólo un significado, sino magia, matices, connotaciones, color y sabor.

Hay cierto complejo en denostar la lengua española generado en buena parte, de la política de comunidades con lengua propia, haciendo de ello una cuestión bélica: Torra y sus exabruptos, más todos sus compinches de la Generalidad de Cataluña y prófugos.

Aparte de esta política perversa, hay algunos sectores empeñados en ‘adornar’ el idioma con palabras ajenas. Pasemos por alto la memez del ministerio de ‘desigualdad’ desde donde la Montero –o Montera– invierte nuestro dinero en trivialidades, chiringuitos y amiguitas. Como la mucama, con sueldo de alto cargo lo cual, dicho sea de paso, pone en entredicho la Ley de Igualdad o Igual da.

Profesionales como los enseñantes, tienen buena culpa. Un caso como el ‘bulling’ o el ‘buller’, tan frecuente en las aulas, no es nuevo y no habría que importar estos términos. Desde el mono de Kubrick, siempre existieron estos personajes. ‘El abusón» que te impedía jugar si llevabas gafas, eras gordo o una chica. Todos lo sufrimos. De todas formas, bastante tienen los educadores para sí, con los desbarajustes de unos políticos que, a cada cambio de ministro modifican la Ley de Educación.

No faltan los psicólogos, abogados, médicos o artistas cuyo habla y escritura resultan imposibles de descifrar. No es algo fortuito y tiene razón de ser pués, cuanto más enrevesado suene, más elevados serán los honorarios.

Peores son los publicistas, que tergiversan las palabras para llamar la atención. Pero, posiblemente, los más dañinos sean los periodistas y, en particular, los periodiatas deportivos. Pasando por alto el ‘dequeísmo’ «pienso de que...» Pero ¿no estuvimos toda la vida llamando ‘Cruif’ al futblista holandés? Tiempo hubo de aprender correctamente su nombre. Otra metedura de gamba –que ha calado– es lo de ‘paralímpicos’ que debería ser ‘parolímpicos’ o ‘paraolímpicos’ puesto que los orígenes están en la ciudad de Olimpia que, por lo visto, a estos reporteros no les dice nada.

No por conocido, me resisto a relatarlo. Cuentan de Unamuno que en una conferecia, cuando llegó al gran dramaturgo inglés, pronució ‘Shakespeare’ tal como se escribe en español. Surgieron entonces, entre el público murmullos: ¡Jo, no sabe pronunciarlo! Y el profesor, sin titubear prosiguió con la conferencia en un inglés impecable. Un caso innato de la estupidez y el cretinismo que nos caracteriza. Despreciamos lo propio, nos deslumbra lo ajeno.

No estaría de más que los profesionales de la información y otros ‘speakers’ –perdón– dieran un repaso a los manuales de estilo de algunos prestigiosos diarios o mejor aún, a la obra del extinto académico y profesor, Lázaro Carreter, ‘El Dardo en la Palabra’ que habría de ser para quienes escriben –incluso Antonio, al rey Mohamed VI– como el breviario para los curas de antaño.
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