22/02/2020
 Actualizado a 22/02/2020
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Una ventana perdida en medio de la nada con unos calcetines semisucios colgados de un pequeño tendedero giratorio.

Así comienza ‘Parásitos’, la obra maestra con la que la Academia ha roto una tradición secular al conceder, por primera vez en la historia, el Oscar a la mejor película, a un film de habla no inglesa. El film ha sido dirigido por el coreano Bong Joon Ho que regresó a su Corea del Sur natal para rodar íntegramente en su idioma reclutando a un elenco cien por cien coreano. Al principio costó entrar en la historia, al menos en mi caso, por ese prejuicio de mirar de manera oblicua todo lo que viene de oriente quizá porque presumo, equívocamente, que no va a existir afinidad sentimental. Pero pronto, el ritmo narrativo fue capaz de atraparme obligándome a permanecer absorta ante una pantalla arrebatadora.

La película narra la historia de la familia Kim compuesta por un matrimonio y sus jóvenes hijo e hija que viven en un semisótano o ‘banhija’ en un barrio periférico de Seúl. Este tipo de edificaciones, muy numerosas en la capital, fueron construidos en los 70 para servir de refugio a los habitantes de la ciudad ante el inminente peligro de bombardeo por parte de sus vecinos norcoreanos. Los caprichos del azar y el ingenio, siempre agudizado por la necesidad, propician que los cuatro acaben como empleados domésticos en la sofisticada y lujosa casa de los acomodados Park.

Ya al inicio aparece el leiv motiv encarnado en una oportuna chinche que pulula por la mesa de la cocina entre restos de comida. La familia está preocupada por eliminar la plaga de estos bichos que la acosan y abren la ventana para beneficiarse gratuitamente de una fumigación que se ha contratado a expensas de que ellos mismos acaben envenenados. Asimismo se muestra al más joven de los hermanos en primer plano afanado por seguir robándole el Wifi a la vecina de arriba. Ya sea tecnológica o figuradamente el gorroneo inaugura una historia que se verá constantemente salpicada por ese afán de apañar lo ajeno. La familia sólo pretende salir de su estado de pobreza para igualarse en caché a los envidiados ricos para los que trabajan.

El acertado manejo en el uso de la cámara y la completa gama de planos en contraposición entre el padre pobre que nunca osa pasarse de la raya y el padre impoluto y distante al que tanto molesta el olor a pobre de la prole que trabaja en su casa, conseguirán entre otros múltiples recursos, que el espectador tenga la sensación constante de estar ante una obra maestra de esas que, en palabras de Sidney Lumet, le mantienen a uno en vilo constante, como preparado para ese accidente que sin duda ocurrirá.
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