Paradoja de la tragedia

20/10/2020
 Actualizado a 20/10/2020
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Con los puños cerrados me enseñan los retazos de una vida que acaba de claudicar. Cristina era feliz, que no pudiente, pero dejaba verse tal cual, encabezando sus sueños, aunque orbitaran en la utopía siendo casi trazos de realidad. Era perruna y eso sé que define almas limpias y, sin conocerla, sé también que esos cinco peludos suyos sabían olfatear esa misma sensación. Una mujer enamorada, conquistando parcelas de vida en un momento complejo. Porque la pandemia deja regueros de historias a su paso y Cristina venía a escribir la suya. Un cáncer se tropezó con ella en junio, sí, cuando alarma apellidaba al Estado. De primeras, el viento soplaba a favor. De segundas, se cruzaba la tormenta y ya no hubo Dios que mantuviera el rumbo. En tres meses se dibujaba un fin, un tiempo en el que los puñetazos llegaban desde todos lados. Le devoraba la enfermedad, más bien le engullía sin tiempo de masticar. Y ella lo intentaba, pero las piernas cedieron y el otoño entraba tan frío…Solo le quedaba el aliento de David para lanzar un grito de auxilio. Necesitaba ayuda para vivir su final con la dignidad de un libro bien escrito. La despedida se había llevado todo y Cristina solo quería abrazarse a las caricias de sus perros para que le aliviaran el dolor insoportable que compartía con David. Pero no encontró otras manos. «No es de nuestra competencia» era la manera de cerrar las puertas de la administración ciega, harta de publicitar sus inversiones para los más vulnerables, precisamente a quien moría en la nada. Solo los amigos abrigaron el adiós y restaron hielos al llenar la nevera. Fue ayer, cuando la morfina se hacía fuerte en el escueto cuerpo en el que aún quedaba algo de vida la enfermedad, cuando se tramitó la ayuda. Paradoja de la tragedia. Desde ayer David y cinco perros seguirán apretando dientes en el recuerdo de quien se fue con un SOS en los labios y dibujando lo que no podemos permitirnos ser. DEP Cristina Pérez.
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