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Para no ahogarse

15/07/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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Mi abuelo me sostenía sobre la espuma blanca. Cuando llegaba la ola, me soltaba y gritaba: ¡venga, mueve esos brazos, vamos! Así aprendimos mi hermana y yo a nadar, en un Cantábrico frío y siempre revuelto, con peces que huían entre los pies y un torbellino de arena en las orillas.

Después conocí mares más azules, más cálidos y tranquilos. Mares mercenarios que nunca consiguen borrar la memoria de aquel en el que se nadó por primera vez. La piel azul, aterida; el cuerpo en difícil flotación en un agua rebelde que parece que te quiere escupir, que la estorbas o la ensucias; sobre los ojos, el cielo gris con esa luz cruda del noroeste, una luz sin sombras; y, al fondo, la multicolor y borrosa línea de sombrillas para la niña que ya es miope.

Era -y es- la playa de San Lorenzo, en Gijón. La ‘playa de los leoneses’, como recordaba hace unos días el escritor Toño Morala, a la que llegaban con el llamado ‘tren playero’ para disfrutar de un día de viento salado y juegos de los críos, cuya hambre se aquietaba con los filetes empanados que se endurecían en la fiambrera Magefesa de aluminio.

El mar siempre es el mismo. O lo parece. Esta semana he regresado al Cantábrico, durante la celebración del festival literario de la Semana Negra, y me he vuelto a encontrar con esa playa de olas furiosas y arena húmeda que yo creo que todavía me recuerda. Tengo aun menos certidumbres que entonces y hasta me dan ganas de acercarme a la escalera doce para que digan por los altavoces lo de: «En la caseta de salvamento se encuentra perdida una niña que se llama...», a ver si alguien viene a recogerme y me orienta.

Como ya no estamos en esas, me apoyo en la barandilla blanca y leo en el móvil que la jueza del Juzgado de Instrucción 4 de León ha imputado a dieciséis personas, entre ellas la dirección de la Hullera Vasco Leonesa, por la muerte de los seis mineros en 2013 en el Pozo Emilio.

En manos de la justicia estará determinar, cuando llegue el juicio, quiénes tuvieron más o menos responsabilidad o ninguna. No será una decisión fácil, pero las familias la necesitan para seguir a flote. Tienen que mover los brazos para no ahogarse en el dolor.
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