Para fama, el molino de Villacelama

Una construcción tremendamente bella, que en su interior contiene prácticamente toda su maquinaria original y gran cantidad de herramientas y piezas que le confieren un enorme valor etnográfico en su conjunto

Javier Revilla
15/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Fachada del molino de Villacelama. | DIANA SÁNCHEZ
Fachada del molino de Villacelama. | DIANA SÁNCHEZ
La tercera definición de ‘fama’ en el diccionario de la RAE es la de «buena opinión que la gente tiene de alguien o de algo». Pues bien, toda esta positividad pude comprobarla en uno de los viajes programados dentro del Curso de Verano de la Universidad de León que he dirigido esta semana en Gordoncillo, titulado ‘Patrimonio y Cultura Agraria’.

Todos –tanto asistentes como ponentes– quedamos gratamente sorprendidos del Molino de Villacelama.

Esta histórica construcción y todo lo que contiene pude conocerlo ya, afortunadamente, hace bastantes años. Sus dueñas me lo enseñaron muy gentilmente y comprobé que se trata de un impresionante edificio, construido principalmente con estructura de madera, alzada evidentemente sobre cárcavos de piedra que le permiten emplazarse encima del cauce de agua derivada del río Esla que movía sus máquinas.

Pero además de ser ya en sí misma una construcción tremendamente bella, en su interior contiene prácticamente toda su maquinaria original y gran cantidad de herramientas y piezas que le confieren, en conjunto, un enorme valor etnográfico.

A su importancia en cuanto a tamaño y antigüedad (ya a mediados del siglo XVIII el Catastro de Ensenada lo cita con cinco parejas de piedras) se suma el poseer azud y presa propias para sangrar aguas del río Esla, lo cual era una gran ventaja ya que así evitaba conflictos con otros molinos con los que tuviese que compartir cauce. Desafortunadamente el agua ya no discurre por la presa merced a ciertas políticas hidráulicas que sólo atienden a otros fines y no respetan valores culturales.
¿De cuándo puede datar el molino de Villacelama? Pues con seguridad sabemos que su última gran reforma se hizo en la década de 1920, cuando añadió a su función molturadora la de producción de energía eléctrica.

Para ello sustituyó sus arcaicos rodeznos por una turbina más eficiente, capaz de mover un generador Asea, que dio luz a varios pueblos del entorno como Rebollar, Corbillos, San Justo, Malillos, Nava, San Román, Gusendos o el propio Villacelama. Esta fábrica de luz, ya casi centenaria, se conserva íntegramente.

Pero el edificio principal para uso molinero y algunos anejos remontan su cronología mucho tiempo atrás. Quizás no quede nada del molino del siglo XV para el cual ya existen referencias documentales. Y es más que posible que en este mismo emplazamiento se pueda rastrear, incluso más siglos atrás, la existencia de un artefacto movido por agua para transformar el trigo en harina.

Lo constatable es que actualmente el Molino de Villacelama conserva un patrimonio impresionante. En el plano material, cuatro parejas de piedras, con todos sus elementos y otras maquinarias necesarias para la limpieza del trigo y el cernido de la harina. E infinidad de herramientas propias, como los martillos para picar las piedras –el verdadero arte de los molineros–, o la maquila con que se cobraba en especie la proporción de cada saco que se llevaba a moler (de ahí la denominación de molinos «maquileros»).

Además de lo material, lugares como este condensan los recuerdos de su actividad generada en el pasado. Los molinos eran auténticos centros de sociabilidad, lo cual justifica los numerosos refranes, coplas y romances suscitados en ellos. Queda también memoria del estraperlo y de los muchos avatares que durante la última posguerra protagonizaron los molinos.

En un Curso de Verano sobre Patrimonio y Cultura Agraria, hemos querido visitar este ejemplo de dedicación personal por parte de una familia que, desde hace años, viene empeñándose en conservar el Molino de Villacelama con el mayor respeto posible al conjunto original. Ello a pesar de las escasas ayudas, por no decir prácticamente inexistentes, para siquiera conservar estas joyas patrimoniales. Merecen, al menos, un reconocimiento social.

Con esta experiencia, los ponentes y asistentes del curso de verano pudimos corroborar que se trata de un espacio mágico, tremendamente sugerente, llevándonos un magnífico recuerdo. Y además, para no olvidarnos, nos inmortalizamos junto a la recientemente instalada escultura de Amancio González, que enmarca y engrandece todavía más a este monumento: “el molinero del aire”. Con esta añadidura artística, podemos ratificar que Villacelama posee un conjunto impresionante en su Molino.
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