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Para eso está el fútbol

20/10/2019
 Actualizado a 22/10/2019
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En el reparto de áreas de los equipos de gobierno que llegan a una institución se puede apreciar perfectamente el interés que tienen por cada una de ellas. A la derecha del Todopoderoso de turno, da igual que sea de izquierdas o de derechas, el que primero aparece suele ser el responsable directo de la parte económica, la gestión del patrimonio, el encargado de cuadrar los números y decir «es lo que hay» o estirar los presupuestos en función de las circunstancias que, por lo general, nunca son las necesidades reales. Su nombre es el primero que se filtra a la prensa, ahora que ser concejal de urbanismo ya no es lo que era, más preocupados de que no se les venga abajo lo construido que de las antaño jugosas recalificaciones. Luego se va conociendo quién encabezará el resto de las áreas, por estricto orden de la cantidad de dinero que va a manejar cada cual, que serán los que permitan a los partidos ejercer un poder fáctico sobre la administración, habitualmente en su propio beneficio para perpetuarse en el poder o alcanzarlo en los territorios donde las urnas se lo han negado. Las listas cremallera no han acabado con esta vieja forma de repartirse el mando que, cuando ya empiezan a quedar impares entre las áreas y los favores debidos, suele terminar por adjudicar la cultura al que estaba en el momento adecuado en el sitio oportuno. El interesado primero oculta su decepción y a continuación le brota un súbito interés por la novela y la pintura del último cuarto de siglo, de modo que se van convirtiendo en nuevos referentes culturales algunos políticos que, en muchas ocasiones, ya han estado antes al frente de otras áreas que no tienen nada que ver con el mundo de la cultura. Así es como se entiende que una consejera pase de opinar sobre las adquisiciones que debe hacer un museo de arte contemporáneo a dirigir una campaña contra una plaga de topillos. Esperanza Aguirre, por ejemplo, no había leído nada de Sara Mago antes de ser ministra de Cultura, de modo que quizá fue entonces cuando aprendió a leer entre líneas y lo aplicó después a la contabilidad B. El argumento suele ser que, a fin de cuentas, la gestión es la clave de todas las áreas, con lo que en realidad se están arrogando una capacidad que es, cuando menos, discutible. Ocurre en ayuntamientos y diputaciones y ocurre en administraciones autonómicas. En la Junta de Castilla y León ha ocurrido así durante décadas pero, en cambio, a la cultura, con la que cuadraban los presupuestos y completaban el reparto de cargos entre sus afines, le pidieron directamente un milagro: nada más y nada menos que generar un sentimiento de comunidad. Crearon la Fundación Villalar y le pidieron que los habitantes de Castilla y León estuviesen orgullosos de ser castellano y leoneses. Como encargo, yo personalmente preferiría que me pidiesen llevar un piano a cuestas hasta Valdorria. En esa ambiciosa apuesta por la cultura se aprecia también su desconocimiento, porque todo el mundo sabe que para fortalecer un sentimiento de identidad, para generar de forma artificial el orgullo de pertenencia a un determinado territorio, los intelectuales no resultan tan efectivos como los antidisturbios. Lo estamos comprobando por enésima vez. Desde la Fundación Villalar, presuntos pensadores avalaban las tesis más inverosímiles, repartiendo generosos favores por lo general de ida y vuelta y, si hacía falta, integrando comités de sabios para decidir qué ayuntamientos se debían fusionar o llevarle la contraria a las previsiones del Instituto Nacional de Estadística. Sus becas, en las que decidieron estos últimos años gastarse el dinero sin hacer demasiado ruido, han sido lo único interesante que ha salido de ese «bodrio», como lo definió UPL para celebrar su liquidación, casualmente anunciada en León por Ciudadanos. Había un cierto tufo de sensatez en el ambiente, así que vino Luis Tudanca, el líder de los socialistas, para despejarla y desaprovechar otra oportunidad de mantener la boca cerrada. En su obsesión, aseguró que la Fundación Villalar es necesaria (no como él, que es contingente) y que el problema es únicamente que la ha gestionado siempre el PP. Entre todos lo ponen verdaderamente difícil para sentirse orgulloso o identificado con cualquier cosa que tenga que ver con ellos, que en ningún momento se detienen a pensar que, quizá, su fracaso no se deba a quién la ha gestionado, sino únicamente a que la cultura suele ayudar más a denunciar las desigualdades que a ocultarlas. Para eso está el fútbol.
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