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Para beber, agua mineral

09/03/2020
 Actualizado a 09/03/2020
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Siempre, salvo alguna excepción en la que el vino realmente merezca la pena, con las comidas suelo beber agua. En casa y en los restaurantes. Sobre todo en los que no están a una distancia a la que se pueda llegar andando y uno quiera evitarse complicaciones.

Le cuento esto porque hace unos días, en un conocido restaurante de la capital con bastante público (por algo será) nos sentamos a comer, ojeamos la carta y mientras tanto y por agilizar la cuestión el camarero nos pregunta por la bebida. Agua fría, para los dos. Ningún problema, evidentemente. A los dos minutos, en otra mesa cercana otra familia que eran más comensales que nosotros repite la petición: para beber, agua, nos traes dos botellas frías y otra del tiempo.

Nos llevan la botella de agua mineral de manantial gallego y a continuación le preguntan por la bebida a otra mesa que teníamos al otro lado, pero bastante cerca por la afluencia que tiene este local. Ahí fue cuando una señora, por ser generoso cuando realmente debería decir paleta, saltó como un resorte y espeta a voces al camarero: «nosotros vino, y Coca Cola para los niños o Fanta, o lo que ellos quieran, que a los restaurantes no se viene a beber agua».

Ni nosotros ni los de la otra mesa pudimos evitar mirar de soslayo a esta gente que nada más abrir la boca ya dieron la sensación de haber salido de una serie familiar de Telecinco. Pero la cosa no quedó ahí y cuando llegó la carta de vinos el camarero bien pudo ahorrarse el paseo, porque la tipa –para la que no hacen falta lemas ni campañas del Ministerio de Igualdad– ya tenía claro lo que quería: «trae uno bueno, que lo podemos pagar». También a voces.

Lamento no poder contarle el resto de este sainete porque hábilmente y para evitar que nos dieran la comida a los otros treinta que estábamos repartidos en mesas por allí, llegó el jefe de sala y les invitó a pasar a un reservado en una salita que les resultaría más cómoda para ellos. –«Pepe, saben que hay clases», dijo con aire. Eso por no mandarles para la calle, porque al personal del restaurante que se encuentra con este ganado le resulta muy fácil metérsela doblada en cada plato. Y divertido.
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