Paquina Nieto, de niña bien a guerrillera por amor

Paquina era una niña bien de Ponferrada, de una familia adinerada, que se enamoró de un sindicalista y cuando éste murió en el frente se hizo enlace de la guerrilla. Es una obra de teatro, pero es una vida real

Fulgencio Fernández
23/05/2021
 Actualizado a 23/05/2021
Paquina Nieto a su regreso de Argentina, en una residencia de Flores del Sil, con una antigua compañera de la guerrilla, Teresa Álvarez. | ARCHIVO SANTIAGO MACÍAS
Paquina Nieto a su regreso de Argentina, en una residencia de Flores del Sil, con una antigua compañera de la guerrilla, Teresa Álvarez. | ARCHIVO SANTIAGO MACÍAS
Aquella terrible posguerra, sobre todo para los vencidos, dejó historias que ponen los pelos de punta, que encogen el alma en palabras de quien llevó al teatro una de estas historias. Y precisamente la protagonista de la biografía hecha teatro, Paquina Nieto, es la dueña de una de estas biografías y seguramente la que más ha llegado a la gente, la que más ha encogido el alma. Tal vez no sean menos duras las de Chelo la de Soulecín,o las de otras compañeras de Paquina como Ángela Losada o Teresa Rodríguez, pero la de Paquina caló más hondo...

Santiago Macías, estudioso de la guerrilla en El Bierzo y el autor que popularizó más la vida de Paquina Nieto como protagonista de un capítulo de su libro ‘El monte o la muerte’, tiene una explicación: «Hay aspectos de la vida de Paquina que la hacen diferente. El más llamativo es que era de una familia bien de Ponferrada, su padre tenía mucho dinero, lo que entonces se decía gente bien. Pero resulta que la preciosa niña de esta familia se enamora de un conocido sindicalista con gran disgusto para quienes esperaban que se uniera con alguien de su misma condición social. No logran convencerla, se casan en 1935 y en 1937 muere en Asturias, en el frente, su marido, Vicente Campillo. Y tampoco ahí responde Paquina como seguramente esperaba la familia, que regresara viuda a casa y con el tiempo rehiciera su vida... pero Paquina es fiel a la memoria de Campillo y lo que hace es comenzar a colaborar con la guerrilla. Todo ello crea una leyenda».

- Y si añades que fue Miss Ponferrada en 1933.- Eso es algo que a ella no le hacíamucha gracia cuando se lo comentabas; formaba parte de esa faceta de niña bien de Ponferrada, de hecho ella hablaba de esa elección como parte de su ‘presentación en sociedad’en una de las sociedades de la época. Y que era muy bella nadie lo puede poner en duda, se ve en las fotos y te diré que cuando yo la conocí, con más de ochenta años, seguía teniendo una belleza muy especial; recuerda Macías.La muerte de su marido en Asturias, dos años después de casarse, no llevó a Paquina a regresar a casa, más bien todo lo contrario. Así se lo contaba a Aitor Fernández en una entrevista para el proyecto Vencid@s: «Me impliqué en la lucha no por algo político, sino como algo leal, espiritual, porque mi marido, muy jovencito cuando murió, tenía 26 años, era un idealista, y claro, como yo estaba educada de otra forma, pero yo me enamoré, y vi los hechos, y claro, sufrí las consecuencias, y naturalmente, trataba en el fondo de aliviar el dolor de los que estaban, después de la guerra, en los montes. De decirles que no estaban solos, que nosotros estábamos con ellos».Paquina tenía entonces una tienda, el lugar ideal para colaborar con la guerrilla, aunque, recuerda Macías, le ocurría algo curioso: «A ella la conocía todo el mundo pero ella no conocía a casi nadie de los que pasaban por allí, le dejaban una nota y ella se la entregaba a quien le decía». Y le contaba a Fernández que «aquello lo llevaba bien pero sabía que corría peligro no tanto por ser enlace como por ser la mujer de Campillo». Y así llegó el momento de su detención, un tanto rocambolesca, por una carta, tal y como se recuerda en la obra de teatro de Fabularia sobre su vida y titulada ‘Miss Ponferrada 1933’. «Colaboraba con una organización de unión nacional que no era política, era antiguerra, anticrímen, y escribí una carta en ese sentido que interceptaron y en la que, con la pena de la muerte de mi marido, decía: ‘Estoy dispuesta a dar la vida si es necesario, pues la vida no tiene importancia vivirla como yo la vivo’. Y la firmaba con unas iniciales muy acorde al sentido de la carta: L.M.D.C., que significaban La Mártir De la Causa, que era como me sentía. Pues esta firma la retorcieron hasta que le encontraron otro sentido que escribieron a lápiz debajo y convirtieron aquellas iniciales en La Mujer De Campillo. Y eso dio con mis huesos en la cárcel», en lo que hoy es el Museo del Bierzo, el mismo lugar donde se estrenó la obra de teatro sobre su vida.Sufrió torturas, vejaciones —«morales», aclara—, la llevaron más de 200 veces a declarar pues ella se propuso y logró no decir ni una palabra, hasta tal punto que Paquina Nieto les pidió: «¿Qué hacen ya que no me matan?». El mayor sufrimiento de Paquina era saber que dejabaafuera a un niño, su hijo Alberto Progreso —«el segundo nombre, Progreso, nos obligaron a quitarlo»— de tan solo siete años cuando ella entró en prisión, con el que se relacionaba de una manera realmente singular, que le contaba a Aitor Fernández: «Mi hijo se acercaba por fuera con el hijo de otra presa, se paraba delante de la ventana, y cantaba… A ver si me acuerdo… “Madre, la del cabello de plata / que en tu regazo sublime / cuando me hiciste soñar’». Por ello, uno de los momentos de mayor tensión dramática de la obra de teatro es cuando José ManuelSabugo canta precisamente esta canción en directo.En una de las salidas —la metieron presa cuatro veces— un militar amigo de la familia la avisó de que era mejor que huyera «pues tenemos orden de ir a por ella». Y decidió irse a Argentina, cuando se fue a despedir de un pariente estaba allí el militar del aviso y le dijo: «¡Cuánto dinero nos vas a ahorrar con tu marcha!». Era el año 1948 y en Argentina vivió casi medio siglo, «pero con la mirada puesta en el Bierzo y eterno amor por Campillo, mi marido».

A su regreso buscó pasar sus últimos años en Ponferrada, en una residencia de Flores del Sil, siempre fiel a su historia: «Exigían tener una jubilación pequeña, no tener hijos ni techo, como yo pues mi hijo murió. Y tengo escasa jubilación pese a que he trabajado tanto, he hecho de sirvienta, de patrona, he labrado la tierra, he sembrado árboles...».

Y disfrutando de lo que más había deseado toda su vida: «Paz… paz… paz, la que tengo yo ahora. Paz… Aunque sufro por los que están sufriendo, por los que están luchando. Y lloro, pero ya no puedo hacer nada».
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