Papones de Minerva

14/04/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Esta tarde, Viernes Santo de año impar, le corresponde a la Real Cofradía de Minerva y Vera Cruz la organización de la procesión del Santo Entierro, única Solemne y Oficial en nuestra ciudad. Me la imagino bajando por la calle Plegaria, pasada La Fe, empezando el rosario de pasos con el Lignum Crucis, con recuerdos de obispos que fueron de León y traen a nuestra tierra una parte de la reliquia tan venerada en Liébana, confiándola a la cofradía que la expone desde este año en el ábside de San Martín.

Le sigue el cristo de Amado Fernández, de la Agonía, acertada adquisición de los años 70, y que precede a otra joya del XVI, el Cristo del Desenclavo, en su día protagonista de una escenificación de la pasión en la Plaza Mayor, de ahí su nombre, y que a mí solo puede traerme buenos recuerdos.

Más adelante es Víctor de los Ríos quien nos catequiza con el Descendimiento, de la misma manera que lo hace en la catedral de Jaén, donde se expone una copia exacta. Hoy, en la calle, parece flotar sobre los más de cien braceros que desafían a la física. Entra ahora la Señora de San Martín, la de Carmona, sobre su trono de Amado Fernández. La Piedad, que cumple cuarenta años de su segunda puesta a hombros, sabe a barrio y el barrio sabe a ella. A su paso por la puerta de la iglesia gira leve y sobriamente saludando a la que es su casa y dejando que los vecinos de la parroquia, que esperan ese momento, le rindan pleitesía.

Le sigue la Virgen de la Amargura, en tiempos expuesta en San Martín y actualmente en las Concepcionistas, es una madre descompuesta por el dolor de su hijo, como si ese sentimiento se pudiera plasmar en un trozo de nogal. El Santo Sepulcro, titular de la procesión, desfila solemne, emocionando a su paso. El sepulcro que por un lado se inspira en la catedral de León y por otro luce el crismón de San Isidoro, une en una misma talla dos emblemas de la ciudad.

San Juan, que se acerca con el sudario entre las manos, montado para la procesión por deseo del autor y que el resto del año sostiene pluma y papel, dejando constancia escrita de lo sucedido en aquellos días.

Finaliza el cortejo con la banda municipal, que se une al proyecto ocupando lugares que otros echarán de menos, acompañando a unas autoridades que vienen a rendir pleitesía, si eso se puede decir en estos tiempos, a la centenaria Virgen de la Soledad, que está en su cumpleaños más celebrado. Cien años la adornan más que los rubís y esmeraldas que la acompañan, y en los que el pueblo sabio le puso el nombre más deseado, La Virgen Guapa.
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