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Papiroflexia literaria

20/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Soy una salvaje que dobla las páginas. Vistos de lado, mis libros parecen un ejercicio de papiroflexia. Tengo pegatinas de colores, y las uso, pero antes de que me haya dado cuenta, mi dedo-bestia ya ha sometido la cabeza de la hoja indefensa. A veces alguna pide justa venganza y rasga la yema. Bien merecido lo tiene.

Mi última papiroflexia literaria ha sido para ‘Relatos mineros’, el libro de cuentos de Juan Carlos Lorenzana, Zana. Sus páginas son alas de pájaro, cabezas de rana, molinillos de viento, pétalos de tulipán, lunas, barcos sin agua.

No he podido evitarlo.

He encontrado en ellas tantas páginas con las que refrescar la memoria que mi dedo montaraz se ha desbocado.

Este libro me cuenta -y nos cuenta- de tal modo que ya veía venir el empacho de dobleces. Mineros volviendo del trabajo a través de la nevada que silencia el bosque de El Faedo; cartuchos de dinamita que estallan en la Peña el Castro para celebrar la fiesta de Santa Bárbara; un minero que pide que le incineren porque ya ha pasado bastante tiempo de su vida bajo tierra; los accidentes, la muerte; el campesino del sur que coge el pico y la pala para huir del hambre; las huelgas y los encierros.

La vida. Las cuencas. El carbón.

Y el humor como resistencia. Los motes en la mina. Al más feo, ‘el Hermoso’; al asturiano que no pierde el acento, ‘Fabona’; ‘Trilita’ al barrenista; ‘Pocachicha’ al que la funda más pequeña le sobra dos tallas; al marxista imberbe, ‘Groucho’.

«A la literatura se llega por múltiples caminos», dice Julio Llamazares en el prólogo. Cita dos: por admiración a los libros leídos y por fijar en el papel las experiencias cuya pérdida se intenta evitar. Coincido en que ambos han llevado a Zana, ahora minero-escritor, a este libro. Espero que los lectores se acerquen a él por el camino que quieran.

El argentino Ricardo Piglia desveló una vez el suyo: una novia adolescente que le preguntó qué leía. A él se le ocurrió citarle un libro visto en un escaparate: La peste, de Camus. Préstamelo, dijo ella. Y Piglia hizo su papiroflexia: «Compré el libro, lo leí esa noche, lo arrugué un poco para que pareciera más usado y se lo llevé al día siguiente. Y ahí empecé a leer».
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