19/09/2021
 Actualizado a 19/09/2021
Guardar
En jaque y a punto de caer por su propio pie, así se encuentra la educación en España. El pilar principal sobre el que se sustentan las nuevas generaciones y, por consiguiente, el futuro del país, está tambaleándose a un ritmo frenético. Los estudiantes, las familias, las instituciones educativas y la clase política: todos, en mayor o menor medida, somos culpables de este desbarajuste. Ocho leyes educativas en cuarenta años, poco compromiso con los estudiantes –especialmente en las universidades y centros de educación superior–, falta de esfuerzo y trabajo de los alumnos, una pandemia que nos ha saturado por completo y un sinfín de problemas más que obstaculizan el establecimiento de una educación de calidad.

Aunque ya hace seis años que acabé la E.S.O., aún tengo relación con mis profesores. Un día me comentaron que cada vez era más complicado dar clase y que, pese a no ser malos niños, el nivel de los alumnos había disminuido considerablemente. Quizá exageran –pensaba para mí–, pero tras dar particulares a unos cuantos corroboré sus palabras. Como personas, un lujo, como estudiantes, un cuadro. Muchos se sorprendían por seguir suspendiendo, pero pocos se daban cuenta de que trabajar únicamente cuando yo estaba con ellos y tumbarse en la cama con el móvil el resto de la tarde era uno de los motivos. Aunque sean responsables de sus decisiones, creo que detrás hay un sistema –familiar, educativo y político– que falla por completo.

El último informe de la OCDE ha expuesto que España es el país con mayor tasa de repetidores en secundaria: un 8,7% frente al 2,2% de promedio de la Unión Europea. Como si estos datos no fueran preocupantes, el Gobierno ha decidido eliminar los examenes de recuperación de la E.S.O. y que pasar o no de curso dependa de la evaluación continua y las decisiones del profesorado. A todos se nos puede trabar una asignatura o tener algún problema personal que nos dificulte el estudio, pero no suele ser una constante durante toda la vida académica. Jamás he defendido que se nos eduque como a papagayos y, por eso mismo, tampoco nos quiero ignorantes ni caraduras.
Lo más leído