07/04/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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En la glorieta de El Crucero,junto a la placa dedicada a José Antonio Alonso, hay un polisémico anuncio publicitario de Alimerka que interpela descaradamente a peatones y conductores con la frase ‘No seas baguette’.

Uno de los sentidos posibles de ese mensaje tan poco subliminal parte de una noción que todos manejamos desde hace tiempo pero ahora tratan de refrendar diferentes publicaciones: que el pan importa y que el bueno hay que pagarlo. Y vaya si es así que hasta acapara las conversaciones de la Federación Vallecana del Taxi en tiempos de lucha contra los VTC. «Por menos de cuatro pavos no te dan un pan en condiciones» llegaron a concluir los federados ante mis oídos un domingo de descanso huelguista. Euro y medio más y tienes un Uber,les faltó decir.

A un servidor, que siempre se conformó con la rústica de Alimerka de setenta céntimos con tal de que estuviese bien cocida y el currusco acabase en punta, le duele el desembolso. Pero a todo se hace uno, y más cuando comprendes que el pan no tiene por qué ponerse como una piedra a las doce horas, sino que puede aguantar tres o cuatro días en buen estado. Lo cual a los de Montejos les parecerá una perogrullada pero a los ávidos consumidores de barras de pan del chino no tanto.

El lío viene cuando, problema del mundo rico que va, se tiene que elegir entre puñados de variedades: de pipas, de semillas, de espelta, de malta, de centeno, de picos, de molde, en bollos. Hasta veinte variedades he llegado a ver en una de esas panaderías multipremiadas ante las que se forman unas colas kilométricas los domingos por la mañana. A la gente le gusta esperar porque va a ser recompensada pudiendo llevarse a casa su pan preferido. Muy del mundo rico esto también, que cada uno tenga su variedad favorita.

Lo que no sabe el pueblo es que tener que escoger constantemente desgasta y consume recursos mentales. Yo prefiero concentrarme en otras cosas y liquidar el asunto del pan con una sentencia solemne que le oí en una ocasión a mi abuela. Con noventa y cinco años, cuando el médico le pidió, para comprobar su nivel del lucidez,que dijese una frase cualquiera, le soltó al instante: «Con pan y vino se anda el camino». Pues eso.
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