02/07/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Es conocida y famosa la expresión latina «panem et circenses» que viene a traducirse como «pan y circo», que reflejaba cómo los emperadores romanos entretenían al pueblo a base de darles alimentos, de baja calidad y distraerlos en el circo. De esta forma se despreocupaban de otros asuntos importantes y no se metían en política. Traducido al español, algunos escritores del siglo XIX hablaban de «pan y toros». Ahora podríamos sustituir los toros por el fútbol.

Por supuesto que nos alegramos del reciente triunfo y ascenso de la Sociedad Deportiva Ponferradina. Un servidor vive a muy pocos metros del su campo de fútbol, del Toralín. Aunque no voy al fútbol me alegro sinceramente de que cada vez que juega el equipo berciano están todos sus alrededores inundados de coches y que de todas partes llegan aficionados con sus camisetas o bufandas blanquiazules. Eso es bueno y alegra el ambiente. Concretamente en las horas previas al partido que le llevó a la victoria impresionaba ver largas colas de gente esperando entrar en el estadio. Sin duda para muchas personas el fútbol es una válvula de escape, una ocasión muy buena para relajarse o desahogarse, una terapia. Si faltara el fútbol nos encontraríamos con un gran vacío.

Dicho esto, no podemos negar que también se le pueden achacar al fútbol algunos elementos negativos, propios de los fenómenos de masas. Nos parece bien que se celebren los triunfos, que se exteriorice la alegría, siempre que no se mezcle con la violencia, incluso que se vaya a las fuentes a celebrarlo… Lo que ya no parece tan normal es que sea esto lo único que nos une, lo único que nos preocupa, el único o más importante tema de conversación.

Siendo un honor y un motivo de alegría el triunfo del equipo berciano, debería preocuparnos un poco más, haciéndonos eco del título de este artículo el tema del pan. No en el sentido de las migajas que los emperadores daban al pueblo, sino del pan ganado gracias a un trabajo digno. Y por qué no el pan de la cultura y el pan de la fe. Que no sea el fútbol lo único que moviliza a las gentes. Que haya una sincera y comprometida preocupación por la política, por la economía, por la cultura, por la solidaridad, por la espiritualidad… Que el fútbol sea un entretenimiento, tal vez una evasión momentánea, pero nunca la droga que nos aísla de la realidad. Parece claro que, si no existieran este tipo de diversiones, habría inventarlas. Pero sería triste que se convirtieran en un calmante que nos impida detectar y curar las grandes enfermedades del Bierzo y de España.
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