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Pan con estrellas

12/11/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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En cualquier ciudad que piense le resultará casi imposible encontrar una calle donde no haya un establecimiento donde venden pan. O algo supuestamente comestible que le llaman pan y que la gente lo compra como si lo fuera. Supermercados, cafeterías, kioscos de prensa, fruterías o incluso gasolineras donde el mismo tipo que te sirve el combustible te da la barra dan a entender que cualquier tienda con mostrador vale para vender un producto que generalmente se comercializa sin envasar lo suficiente.

Y esto ocurre porque, además de los panes que presumen de artesanos sin serlo porque llevan escondidos una docena de ingredientes más allá de los cuatro necesarios, están de moda los panes de masas prefermentadas y congeladas a las que dan un calentón sobre la marcha para hacer ver que por estar crujiente y caliente ya es bueno.

Se hable de pan, embutidos, vino o cualquier cosa de comer, yo siempre digo que no es lo mismo elaborar cada madrugada, a mano y con harina de una fábrica que está a diez kilómetros donde se muele el trigo cultivado por agricultores de la zona, cien barras y otras cien hogazas y cocerlas en un horno de los de toda la vida, que fabricar a diario un millón de piezas con maquinaria de última generación, congelarlas un año para luego hornearlas un momento, venderlas a tres por un euro y a eso llamarle pan.

Me contó una vez un conocido panadero que vivimos en la era del pan bipolar, porque en una misma calle se vende un pan indecente e insano y también un pan maravilloso que se hace como se hizo siempre. Claro, que no es lo mismo una barra de pan bien larga y bien ancha a 30 céntimos (de los cuales veinte se quedan en la distribución) que una hogaza pequeña de las que valen 3 euros. Entenderá que todo tiene un precio y que cuando se habla de alimentación se puede ganar más o menos dinero pero hay precios que no dejan ninguna duda.

Por eso, más allá de las estrellas, me alegro de que existan unos reconocimientos que premian el buen pan, el pan de siempre que se hacía –y en algunos sitios se sigue haciendo– en los pueblos. Más que nada para enseñarle a algunos consumidores a saber diferenciar.
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