08/12/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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La desesperación es el azote de Dios, una de esas malas compañías que nos empujan al borde del abismo en momentos de soledad e incertidumbre. Lo peor que podemos hacer cuando estamos perdidos, tambaleándonos a ras del vértigo, es abrazarnos a quien no dudará en empujarnos, aferrarnos a la esquizofrenia como única salida, más bien como puente de plata para huir, ya que el camino está oculto ante los ojos. Esto podría explicar por qué en España y en Europa e incluso en Estados Unidos, están creciendo partidos fascistas de ultraderecha que captan significativos grupos de votantes. Son personas indignadas. Dan palos de ciego por ver si amanece de chiripa. Sólo alguien muy decepcionado, preso del pánico y la angustia, puede confiar en una opción política semejante. ¿Tan mal se nos ha enseñado Historia en las aulas? ¿No deberíamos haber aprendido más de ciertos episodios? Nos hemos instalado en una apatía oscilante, entre un escepticismo amargo y una esperanza erróneamente confiada y confiante, podríamos asirnos a la cuerda que conduce al vacío. Toda tiranía nace en democracia.

La irrupción de Vox en el Parlamento andaluz de forma imprevista (no sé para qué tanta encuesta, la verdad) nos ha dejado a muchos sin palabras. Doce escaños asume la formación de Abascal en un proyecto en el que no cree, las comunidades autónomas; así de hipócrita es la política a veces, comienza su andadura en el mismo espacio que dinamitaría.

Es comprensible el desencanto, pero peligroso si lleva a votar a la derecha radical o triste cuando provoca un porcentaje de abstención masivo. Cuarenta de cada cien ciudadanos no han ido a las urnas porque seguramente no tienen fe en el sistema o en sus centinelas. Están hartos y es para estarlo. Demasiada corrupción, autónomos que no pueden respirar, a los que cada vez se asfixia más desde las instituciones, impuestos que no paran de subir, que uno paga hasta por el suelo que pisa. ¿Y nos dijeron libres? La despoblación inundando todas y cada una de las provincias, jóvenes forzados al exilio para sobrevivir, fuga de cerebros, burocracia infernal, una ley de educación deficiente, una política migratoria mal gestionada y nulamente explicada al electorado. Si sumamos a todo esto la factura a pagar que muchos españoles exigen por la falta de eficacia en la defensa de la Constitución a la hora de proteger la unidad de España resulta obvio por qué muchos se quedaron en casa y por qué otros dieron un toque de queda. Sin embargo, qué peligrosa es a veces la llamada…
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