07/07/2020
 Actualizado a 07/07/2020
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Nunca había sido más necesaria la cultura democrática en nuestro país. Pensar que de una situación tan grave como la que estamos pasando se sale con el ordeno y mando es de una estupidez del mayor de los calibres. A lo largo de la historia los pueblos y las naciones se han visto en situaciones dramáticas de las que solo se han recuperado aquellos que han puesto el foco en los intereses colectivos, que han alimentado la unidad y que han creído que para superar las dificultades teníamos que reforzar todos los elementos que tenemos en común y no aquellos que nos separan.

Ahora, hay muchos que han entendido eso y se esfuerzan en generar consensos y acuerdos, en profundizar en el diálogo y en el entendimiento de las posiciones e intereses de los demás, buscando siempre una solución que pueda ser favorable en parte para todos. Pero también tenemos a los otros: a los que, desde una mentalidad sociopática, confunden su ombligo con el centro del universo y creen que los demás deben plegarse a sus ambiciones y deseos. Es en esta clase de personas en las que reside la mayor y más peligrosa carga explosiva que amenaza nuestro futuro.

Resulta imprescindible en estos tiempos que, más allá del grado de amistad, de alineamiento ideológico o incluso de sumisión, en las personas en las que confiemos para la ejecución de políticas o para el ejercicio de la acción administrativa, sean fundamentalmente personas con experiencia y demostrada capacidad de gestión. Una Administración Pública llena de amiguitos del político de turno no es el escenario más halagüeño.

En los próximos meses, el mantenimiento de nuestro tejido productivo y la extensión de su actividad depende de que las medidas normativas nacidas del consenso se desplieguen con eficacia y rapidez. Sin embargo, hay quienes han decidido que aquellos que con su trabajo, competencia y dedicación lograron que nuestras empresas no saltaran por los aires durante los duros meses del confinamiento, no sirven y siempre es mejor tener a un palmero al lado. Da pena, pero da miedo también.
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