31/05/2020
 Actualizado a 31/05/2020
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Hoy me enfrento a estas líneas sin saber bien qué escribir en ellas; todo me parece bastante confuso y mil temas me rondan la mente, pero ninguno me convence. Desde hace unas semanas, la actualidad política se ha convertido en un patio de recreo o, más bien, en una especie de gallinero en el que todos quieren convertirse en el gallo que más alto cacarea. Con pocas excepciones, cada vez que veo y escucho algunos de sus discursos siento una tremenda vergüenza ajena y no solo por sus palabras, sino por el sueldazo que están cobrando por decir tal palabrería y enzarzarse en diversos asuntos que en nada o poco solucionan los verdaderos problemas de la ciudadanía.

Hace unos días hubiera dicho que están provocando una agitación social con sus discursos, ya que los miembros del club de fans de la ornitología, de los Reyes Católicos y de los Habsburgo, que no admiten que claman por la libertad portando la bandera del águila como símbolo de la dictadura que se vivió hace más de cuarenta años, salieron el pasado sábado con sus coches a manifestarse, pero no se les ha vuelto a ver desde que se abrieron los bares dos días después. Sin embargo, nuestros políticos continúan buscando esa efervescencia entre la población para que no se hable de sus nefastas actuaciones. Los de las banderitas son cobardes, pero los de la poltrona mucho más.

Durante esta semana se ha hablado de la reforma laboral, del logotipo elegido por la Corporación RTVE como símbolo del luto, del ingreso mínimo vital, de terroristas, de golpes de Estado, de destituciones policiales y de imputados, entre otros cuantos temas más. Aunque los debates generados por estas polémicas inundan los medios de comunicación y las redes sociales, la mayoría de ellos son la menor de las preocupaciones de los ciudadanos ahora mismo. Ojalá la semana que viene pueda rellenar estos dos mil cien caracteres con mayor positivismo y menor indignación sobre nuestra clase política, pero no hace falta que les jure que lo están poniendo muy difícil con su constante enfrentamiento, su infernal cacareo y su incesante palabrería.
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