País, paisaje y paisanaje

Unamuno de visita en León hace cien años auguraba un futuro de progreso a un lugar que lo tenía todo para logralo, hoy nos preguntamos sobre el sentido de vivir aquí

Bruno Marcos
16/01/2020
 Actualizado a 16/01/2020
Miguel de Unamuno en 1934. | JOSÉ SUÁREZ
Miguel de Unamuno en 1934. | JOSÉ SUÁREZ
Cuando llegan estos fríos invernales me pregunto siempre qué llevaría a mis antepasados a asentarse en este paisaje. La semana pasada, mientras avanzaba caminando por una helada mañana, pensé que seguramente huían de otro invierno y que escapando les habían pasado los meses hasta llegar aquí en el verano y que, viéndolo tan poderoso, no sospecharon que le correspondiera un invierno tan duro.

León es una especie de quimera geográfica y climática, está extrañamente enclavada en un lugar simbólico en el que la elevada y plana meseta empieza a transformarse en cordillera, como si se hubiera esperado a divisar las primeras cumbres para edificarla. Y en ese punto del mapa da las más bajas temperaturas en invierno y muy altas en verano. La provincia recrea un escenario inigualable que resume y reúne en pocos kilómetros buena parte de las orografías posibles del planeta, todos sus paisajes y riquezas, desde los rocosos picos nevados, lagos y pantanos hasta las llanuras, riberas, regadíos, huertas y secanos.

Hoy, con sus tres grandes dedos líquidos —por seguir el símil de Unamuno en su gran artículo sobre España del que tomo el título de este— apresados, sus valles milenariamente habitados sepultados bajo un agua que se marcha, el subsuelo escarbado de minas ya cerradas, la ganadería perjudicada, la agricultura maltrecha, marginada de la industria y de las grandes infraestructuras, la provincia es un lugar que se ve a sí mismo en constante decadencia. Las cifras que se publican confirman como real esa visión de ruina y la gente que la habita para andar hacia adelante muchas veces no sabe más que mirar a su pasado. Es posible que León careciera de una clase empresarial que supiera revertir toda la riqueza en el propio desarrollo, que diera la espalda a las fábricas, o que la fatalidad de muchos hechos se concatenasen con unos gobernantes sin perspectiva de futuro. En definitiva, la imagen es la de un paisanaje que cuando no emigra permanece estoico, paciente o derrotado en su país y su paisaje.

El nacionalismo muchas veces se alimenta y abona de egoísmo, de frustración y resentimiento y florece de él la insolidaridad, la ambición y la violencia. Lo que se plantea últimamente en León creo que no tiene que ver tanto con el nacionalismo como con una paradójica nostalgia de un futuro que se ve que no va a venir. Las voces que reclaman la capitalidad y proponen dejar caer la comunidad entera para elevar unos centímetros su ciudad más que una ofensa, o una idea maquiavélica, son la evidencia de la desesperación, la de unos gobernantes que se ven impotentes para levantar un territorio más grande que Portugal creado para sujetar la fragmentación de un país que les ignora.

La propuesta de tener un destino en solitario para León es la expresión del agotamiento de un sistema que hace aguas, el de las autonomías, abocado a la desigualdad y la asimetría incluso dentro de cada comunidad. La reivindicación de León no es la de Cataluña pero tiene que ver con lo de Cataluña porque participa de esta crisis de las autonomías, que mal que bien han durado cuatro décadas pero que, posiblemente, ahora estén ahogando el crecimiento general. Y a esa paradójica nostalgia de un futuro que no va a ser se le une otra, la del país de provincias que fuimos, unas provincias que no se cuestionan nunca, demarcaciones trazadas por el racionalismo y no por sentimientos ni identidades, una provincias que no se daban cuentas entre sí y convivían. Quizá por eso no se sabe muy bien el papel que juegan las otras provincias de la región leonesa en esa empresa.

Unamuno de visita en León hace cien años auguraba un futuro de progreso a un lugar que lo tenía todo para lograrlo, llegó pues en uno de los veranos de nuestros antepasados. Hoy nos preguntamos si pasará el invierno demográfico, el invierno económico, si encontraremos algo más que construya nuestra identidad aparte de un pasado cada vez más forzadamente recreado, si dejará de ser lo que más nos une la fatal sensación común de decadencia, si volverá un verano que dé calor al paisanaje y una buena respuesta a quien se interrogue sobre el sentido de vivir aquí, en esta provincia de todos los paisajes.
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