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Pagar los trozos del pacto

06/01/2020
 Actualizado a 06/01/2020
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Con tantas veces que hemos ido a las urnas en estos últimos meses y años ya le he contado en más ocasiones, querido lector, que cuando las mayorías absolutas son un lujo o una especie en peligro de extinción por aquello de la pluralidad y el descontento que tantos males traen, pactar y llegar a acuerdos para intentar gobernar son el pan nuestro de cada día.

A pesar de eso todavía hay mucha gente que está convencida de que las mayorías sobradas en las instituciones son simplemente un rodillo para hacer lo que le dé la gana al que fue legitimado en las urnas, cuando esa mayoría suficiente para no depender de nadie más debería ser entendido como sinónimo de tranquilidad para cuatro años.

Esto vale a nivel pueblo, provincia o en Madrid, donde a pesar de estar con el turrón y los roscones de Reyes las miradas están puestas en la incertidumbre de saber si por fin habrá gobierno después del barullo o, en el mejor de los casos, que en el último momento se pinche el tren y empiece a contar el reloj camino de las terceras que, según leí hace unos días, caerían en miércoles en vez de domingo como viene siendo tradición.

Me contaba un conocido de Castilla que ya no es alcalde pero que ha ganado varias veces con mayoría absoluta lo difíciles y delicados que son los pactos cuando no se gana sobradamente. Como el asunto del ‘León solo’ no nos dio para mucha conversación, hablamos del ‘gobierno Frankenstein’ y de los peajes que hay que pagar cuando uno quiere amarrar el sillón al precio que sea.

Me decía que a nivel pueblo y poniendo como ejemplo al suyo de matrimonio, donde la alianza poselectoral que iba a ser lo mejor del mundo apenas seis meses después se probó que no había sido la mejor idea, que cuando uno necesita apoyos para gobernar «a esos concejales hay que lamerles el culo a diario». Lo transcribo tal cual para que se entienda y advirtiendo que es un tío bastante bruto.

Tal vez por eso, cuando no se ponen en práctica esas y otras consecuencias peores que traen los pactos las tensiones cada vez se estiran más y al final la cuerda se rompe. Y si se rasga la cuerda, el que pierde es el que, al fin y al cabo, tiene que pagar los trozos del pacto. El de siempre.
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