Pablo Andrés Escapa: "El fuego y la fábula van de la mano desde el principio"

Considerado el mejor autor español de literatura navideña, el escritor leonés presenta el próximo miércoles su nueva publicación, ‘Herencias del invierno. Cuentos de Navidad’, un precioso libro ilustrado por Lucie Duboeuf

Joaquín Revuelta
25/11/2022
 Actualizado a 25/11/2022
El escritor leonés Pablo Andrés Escapa acaba de publicar el libro ‘Herencias del invierno. Cuentos de Navidad’ (Páginas de Espuma). | ISABEL WAGEMANN
El escritor leonés Pablo Andrés Escapa acaba de publicar el libro ‘Herencias del invierno. Cuentos de Navidad’ (Páginas de Espuma). | ISABEL WAGEMANN
Pablo Andrés Escapa regresa al cuento con su nueva publicación, ‘Herencias del invierno. Cuentos de Navidad’ (Páginas de Espuma), que el próximo miércoles a las 19:30 horas se presenta en la sala Región con presencia del autor, que estará acompañado esta vez por el también poeta y escritor Antonio Manilla.

– El escritor y crítico literario de este periódico, José Ignacio García, acaba de publicar al igual que usted un libro de cuentos ambientado en la Navidad. ¿Qué tiene de especial este periodo para que sea tan recurrente en autores que practican el relato corto?    
– Por un lado, escribir cuentos de Navidad es probarse en una tradición literaria, escribir dentro de un género, lo cual es también un modo de crecer como narradores. Y, por otro, la Navidad como materia invita a fabular en un terreno ambiguo pero muy fértil, me parece, que es el de la conjunción de lo real y lo maravilloso, una sociedad que ya está presente en lo que podríamos considerar el primer relato navideño de la historia, el nacimiento de Jesús.

– La irrupción de lo insólito en la cotidianidad está muy presente en sus libros y muy especialmente en su anterior publicación ‘Fábrica de prodigios’ (Páginas de Espuma). ¿No sé si la Navidad es un marco aún más propicio para que se repita este fenómeno?  – Sí. Lo maravilloso, más que lo fantástico, nutre la experiencia que tenemos de la Navidad. Y lo que propicia, por encima de todo, ese registro es esa especie de acuerdo universal que durante los últimos días del año obra para suspender la incredulidad ajena. Aquí está lo verdaderamente excepcional para mí: que gente adulta, a menudo carente de imaginación, durante unos días se conduce como lo hace un fabulador que perpetúa una herencia de ficciones, todas al servicio de preservar la credulidad de un niño. No hay otro teatro más universal –con lo que el teatro implica de lenguaje figurado y fomento de la ilusión– que el de los días navideños.   – Cuenta que su padre era un gran fabulador y que llegadas estas fechas les contaba a usted y a sus hermanos cuentos ambientados en la Navidad, con la particularidad de que todas esas fantasías llegaban arropadas por una ambientación costumbrista. ¿De alguna manera ha seguido sus enseñanzas a la hora de componer sus relatos navideños? – Los cuentos de mi padre no se parecen estrictamente a los míos, pero sin ellos yo no escribiría como escribo. Diría más: sin ellos no escribiría siquiera. En el caso de mis fábulas navideñas creo que la deuda mayor tiene que ver con la existencia de un momento de iluminación en alguno de los personajes, un hecho que los transforma, casi siempre derivado de un acontecimiento mágico. A menudo, en los cuentos de mi padre había un personaje que se redimía al pasar de la negación a la credulidad. Y hay otro aspecto que también considero propio de sus oficios de cuentista que yo he acabado por asumir: la libertad con la que, en un espacio familiar –el del pueblo donde vivíamos– disponía él las peripecias de personajes fabulosos, notablemente los tres Reyes Magos. Esa intromisión de lo portentoso en lo ordinario siempre me ha atraído a la hora de escribir.   – También ha dicho que el cuento navideño es especialmente deudor de esa relación oral que se produce junto al fuego, lo que por estos lares conocemos como filandón. ¿Podía ahondar en esta reflexión?  – Todos los cuentos, no solo los navideños, empiezan por hacer buena la fascinación que se desprende de una voz. En eso el cuento se parece a la poesía, que nació para ser recitada ante un grupo de escuchantes. Si la fábula ha de abundar, además, en elementos maravillosos, el trabajo de la voz –ahora ya me refiero también a la voz escrita–, será la clave para convencer al lector de la verdad del cuento, es decir, de su verosimilitud. La reclamación del fuego es, en buena medida, instrumental en los relatos navideños: lo pide la estación. Pero el fuego es un elemento muy valioso para fascinar porque apela a una memoria colectiva de palabras dichas a su alrededor desde los orígenes de la especie. El fuego y la fábula van de la mano desde el principio. Esa concordia ayuda también a escenificar un tiempo antiguo, que es el mejor para situar una ficción que pretende ser intemporal y que tiene también su deuda con lo mítico y lo fabuloso. La Sagrada Familia y los Reyes Magos son la mejor muestra de este vaivén: pertenecen al tiempo histórico pero carecen de edad porque su aparición se renueva cada año.        – Dickens es uno de los autores que han universalizado este género. A su juicio, ¿qué diferencia existe entre los escritores anglosajones y los grandes nombres de la literatura en castellano que han cultivado el relato navideño?
– Quizá la conciencia de una tradición. Desde la época victoriana fue una costumbre inglesa contarse historias la víspera de Navidad. Por lo general eran historias góticas, capaces de inquietar al público más infantil que atendía en una noche de invierno a esas fabulaciones donde eran habituales los fantasmas. Dickens fijó por escrito tales herencias y creó, además, un modelo de cuento navideño que, sin ser religioso, tiene un profundo compromiso con la espiritualidad. Lo digo porque el gran argumento de su fábula es la posibilidad que se le ofrece a su protagonista de redimirse a través de la compasión con el prójimo.

En España el cultivo del cuento navideño es mayor de lo que pudiera parecer, aunque carecemos de un modelo fundacional del valor de la ‘Canción de Navidad’ de Dickens. Pero lo cierto es que cuando uno indaga, se encuentra con que casi todos los grandes narradores han hecho una prueba, que anda dispersa entre sus libros de cuentos. Más raro es el caso de los que perseveran en el género y logran reunir un libro propio de cuentos de Navidad que no haga anecdótico el intento.

– Nuestra percepción de la Navidad va cambiando a medida que dejamos de ser niños y nos convertimos en adultos. ¿Sus relatos tratan de recuperar al niño que llevamos dentro?
– Creo que el rescate de la inocencia es el gran tema de la literatura navideña. Y tanto como el rescate su vacilación o su amenaza. La Navidad es un estado de ánimo pero también una experiencia que pasa, en algún momento, por la desilusión. El tránsito de la infancia a la adolescencia a través de un desengaño –en este caso el de una fantasía que se ha ido renovando invierno tras invierno hasta llegar a uno que de pronto invalida las convicciones previas–, es uno de los ingresos más precoces que puede haber en la edad adulta. Pero no es amargo del todo porque la farsa –digámoslo así– se prolonga entonces desde la otra orilla, la de la madurez que obra para sostener el sueño de la infancia. Es así como los adultos, al menos durante unos días al año, podemos rescatar emociones que experimentamos de niños y prolongarlas, transmitir esa herencia que fomenta el candor y la credulidad. Algo de ambas actitudes aparece por mis cuentos de Navidad.

– ¿Qué me puede decir del trabajo de ilustración realizado por Lucie Duboeuf para ‘Herencias del invierno’?
– Los dibujos de Lucie evocan una atmósfera candorosa sin recurrir a demasiados elementos y sin caer en sensiblerías. El trazo es sencillo y las notas de color apenas están sugeridas, una preferencia por los dorados, eso sí, que se concilia muy bien con la iconografía navideña. Ella lo ha hecho sin estridencias. Además de los dibujos a página completa, que son evocadores de una atmósfera, ha encabezado cada cuento con un motivo modesto –una castaña, una campanilla, un pipa, una mecedora– que le han bastado para destacar que lo menudo es, con frecuencia, aviso de lo grande en estos cuentos. Hay, por otra parte, una suerte de reposo en lo que ha dibujado que concuerda con los ánimos que predominan en los relatos: mucho silencio expectante para escuchar, la nieve cayendo sin prisas, los cielos estrellados, un hombre que atiende a una lejanía. Yo encuentro una especie de suspensión en los dibujos, de voluntaria abstinencia por reflejar demasiadas cosas. Lo que ella calla es oficio de las palabras del cuento.
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