09/12/2018
 Actualizado a 07/09/2019
Guardar
En la colaboración pasada festejamos, aunque con la mano en el pabellón de la trompeta a modo de sordina, los cuarenta años de nuestra Constitución, de nuestra democracia y de los valores que las hicieron posibles. E insinuábamos que todo aquello fue producto de un milagro.

Lo que uno no acierta ya a escudriñar es si el futuro de esa Constitución estará asegurado, al igual que el de la democracia (y su forma concreta de articularse) y, sobre todo, el de los valores morales que hicieron posible aquel salto cualitativo de 1978. No parece que las cosas pinten demasiado bien. Gritos hay contra la Constitución (en concreto, contra algunos de sus aspectos fundamentales), voces se alzan contra el sistema democrático (con alborotadas fuerzas totalitaristas) y alaridos no faltan contra los valores éticos que hicieron posible aquel momento.

Cierto que Constitución, democracia y valores no son más que instrumentos, escenario y estilo que han venido a hacer posible (y grata) la convivencia entre españoles, como una atmósfera general dominante que nos ha permitido convivir en paz, articular unas legítimas instituciones públicas y aplicarnos unas normas que sirven al bien común.

El problema del futuro no está ni en los instrumentos ni en el sistema concreto de gobierno ni en sus posibles variantes. Todo esto acabaría por ser cuestión superable, con tal de que no faltaran en el subsuelo los valores que, a modo de savia, hicieron posible la increíble transición.

Aquí es donde necesitamos de nuevo el milagro. Si decimos que el trípode que ayudó al brinco político fueron las palabras mágicas de ‘reconciliación’, ‘consenso’ y ‘lealtad’, podríamos preguntarnos hoy todos, políticos de oficio, gentes de la cultura, responsables de la vida ciudadana y personal en general, acerca de cómo andamos en esas parcelas citadas, separables y complementarias. Estoy seguro de que la inmensa mayoría del pueblo español se apunta a mantener estos valores. En toda su radicalidad. Solo algunos grupos y personas, verdad es que relevantes en el panorama social, se apuntan al odio, a la exclusión, a la algarada, a la crispación, al insulto, a la descalificación, a la conspiración, al doble juego. Bueno será que los demás descubramos su juego inmoral y obremos en consecuencia cuando haya oportunidad. Y cuidemos de no caer en lo mismo que criticamos, es decir, en la ‘des-moralización’. Su contrario, necesario como el respirar, es lo que se viene llamando rearme moral. En llegar a éste, ahí estará el verdadero milagro.
Lo más leído