‘Otello’ y las pinturas negras

El director Paco Azorín alude al arte de Goya en su premiado montaje para el festival de ópera de Macerata. Cines Van Gogh retransmite este jueves la tragedia de Giuseppe Verdi

Javier Heras
24/11/2022
 Actualizado a 24/11/2022
La soprano Jessica Nuccio y el tenor en el montaje ‘Otello’ con dirección de Paco Azorín. | ALFREDO TABOCCHINI
La soprano Jessica Nuccio y el tenor en el montaje ‘Otello’ con dirección de Paco Azorín. | ALFREDO TABOCCHINI
'Otello' se ha representado muy poco en Macerata, uno de los escenarios más bellos de toda Italia, con su estructura semicircular de principios del XIX. Se recuerda la edición de 1967, con Mario del Monaco; la de 1980 dirigida por Ettore Gracis y Dario Dalla Corte, y por último la de 1999, con Renato Bruson. Siguieron casi dos décadas de ausencia, pero mereció la pena. En 2015, Paco Azorín llevó una producción brillante al Festival Sferisterio, celebrado en verano al aire libre desde hace ya un siglo (y con un aforo de más de 3.000 personas). El muy prolífico dramaturgo y escenógrafo murciano (1974) empleó paneles móviles y fondos oscuros con influencia de las pinturas negras de Goya, y situó en el centro de la acción al maléfico Iago. Azorín, discípulo de Mario Gas y Lluís Pasqual, y nominado al Max de teatro, nunca se había enfrentado a la música de Verdi, pero conocía bien la fuente literaria: es un enamorado de Shakespeare, y fundó en 2003 en Barcelona un festival dedicado a su obra.

Cines Van Gogh retransmite este jueves a las 20:00 horas una grabación de aquel montaje, que triunfó en los Premios Campoamor de la Crítica. En el elenco, tres voces muy verdianas: Jessica Nuccio, soprano de Palermo que debutó por todo lo alto en 2011 como Violetta en La Fenice, gracias a su agilidad, lirismo y matices dinámicos; el veterano tenor estadounidense Stuart Neill, y el italiano Roberto Frontali. A la batuta, Riccardo Frizza (Brescia, 1971), titular del Festival Donizetti de Bérgamo, autoridad en Verdi y Rossini y habitual del MET, París o La Scala.

Para ‘Otello’, su penúltima obra maestra, Verdi regresó de un largo retiro, el que siguió al éxito de ‘Aida’ (1871). Sin embargo, su editor Giulio Ricordi creía que era capaz de más. Como no podía convencerlo con dinero (porque el músico era rico), solo se le ocurrió un modo de atraer su interés: Shakespeare. Su escritor favorito, del que solo había adaptado ‘Macbeth’ (1847) y varios intentos fallidos de ‘El rey Lear’.

Pero ahora contaba con un libretista excepcional, Arrigo Boito. El joven compositor de ‘Mefistofele’ –al que se había enfrentado en el pasado– también veneraba al bardo inglés. De hecho había pergeñado un esquema de ‘Othello’ (1604), tragedia sobre el «moro de Venecia», un general que asesina a su propia esposa por culpa de los celos. Boito se centró en el conflicto entre el bien (Desdémona) y el mal puro (Yago), de quien nadie desconfía por su buena presencia. A Verdi le agradó, aunque primero le puso a prueba con la reelaboración de ‘Simon Boccanegra’ (1881).

El septuagenario genio de Busseto (1813-1901), que durante su carrera había sufrido no pocos libretos mediocres, culminó al fin la búsqueda de toda una vida: una nueva forma de drama. Boito, también autor de ‘La Gioconda’ para Ponchielli, aunaba «la capacidad poética y dramática con una profunda musicalidad», en palabras de Kurt Pahlen. Redujo los actos (de cinco a cuatro) y concentró y reestructuró las escenas (de 3.500 líneas a 800). Pero en el camino supo mantener la esencia, la intensidad, la riqueza de los protagonistas, la categoría de los versos. El segundo acto es un larguísimo dueto en el que Yago consigue sembrar la desconfianza en el héroe, que pasa de idolatrar a su mujer a querer matarla.

Por su parte, la música de Verdi alcanza las cimas de la tragedia griega: poética, expresiva, fluida. El movimiento continuo deja atrás los números cerrados, la melodía se funde con la palabra, los leitmotive caracterizan a los personajes, las grandiosas líneas vocales evitan florituras y se ponen al servicio del drama. Desde el inicio, la orquesta produce efectos poderosos, como la tormenta, con los cromatismos que imitan las olas. Incluso incorpora disonancias muy arriesgadas, modulaciones y acordes impresionistas para describir a Yago.

Al final del tercer acto, un desencajado Otelo maltrata a su esposa en público. Para el compositor, faltaba dramatismo: sugirió que una trompeta anunciase la vuelta de los invasores turcos, para que el moro liderase a su ejército y recuperase la dignidad. Boito se negó: «Es un hombre que vive una pesadilla. Si inventamos algo que lo despierta, destruimos la siniestra fascinación creada por Shakespeare. Sería como romper la ventana de una habitación donde dos personas van a morir de asfixia». Verdi, antes un tirano con sus libretistas, aceptó. Su escritura nunca fue tan moderna. Triunfó en el estreno en La Scala, en 1887, tras 15 años de silencio.
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