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Oscuridad varada

02/10/2020
 Actualizado a 02/10/2020
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Puedo hablar. Me toca. En profundidad. Puedo ofrecer, incluso, detalles. Registrados en mi mente están. Mi padre con la mirada atravesada por un costero de luz en la mano izquierda acompañado por una fardela mahón azul marino más un candil sin carburo colgado a la espalda desde vigías perseidas acepta. Siento su imposición de manos. La siento. Mi hermano, sentado a la hora de la comida en una silla de anea también. Puedo referirlos. Ellos, los hombres de mi casa, asesoran cada palabra que mana de la fuente instalada en mis labios. Mientras mi madre zurce, repasa y acarrea el agua de un lavadero público. Vengo a decir que primero fueron las explotaciones mineras subterráneas. Luego, no tardando, las minas a cielo abierto, que nada tienen de cielo y todo de fin, con los mismos empresarios. Para entenderlo no se necesita practicar tantras hindúes, ni yainas o budistas. Ni siquiera invocar con alta y cipresal devoción a Santa Bárbara bendita, procesionada, incluso ahora, abrazada con claveles y laurel y como siempre por el cuatro de diciembre. Por el contrario, sí conviene visitar a César Vallejo, el poeta de Santiago de Chuco, Perú, a quien creo cuando dice: «Yo nací un día / Que Dios estuvo enfermo, / Grave». Aquél que le faltó poquísimo para atinar con la fecha exacta de su muerte un viernes con lluvia primaveral en París, otoño entonces en Perú («Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo –me moriré en París y no me corro– tal vez un jueves, como es hoy, de otoño)», cuyo cadáver enterrado en el célebre cementerio de Montparnasse, junto con los de Charles Baudelaire, Jacques Chirac, Julio Cortázar, Beckett, Tristán Tzara o Ionesco engrandecen el mismo. Aquél que dijo y yo transcribo para mí: «los mineros salieron de la mina / remontando sus ruinas venideras». El autor que además de Los heraldos negros, Trilce y España, aparta de mí este cáliz, motivado por la Guerra Civil, escribió la extraordinaria novela tan realista como proletaria e indígena El tungsteno, la cual rota sobre la explotación feroz y el maltrato sin límites a los mineros de tungsteno en Quivilka, Cuzco.

Pero si ya acabo de traer a colación la razón blanco plateada, principal, de la presencia de Vallejo en esta reflexión minera, nada distinto sucede con hacer lo mismo con el director de cine estadounidense John Ford y su oscarizada película ‘Qué verde era mi valle’ donde se da paso al relato vital y laboral ante todo de una familia minera galesa mediante la narración del hijo pequeño, un niño carbonero, sí, cuya habitación en primavera es como una escuela de petirrojos.

Y finalizo aquí, pero no porque el filón minero no dé para más. Tales explotaciones en nuestro León querido son hace tiempo ya óxido a remojo en sigiloso llanto. Días que mueren cansados al mirar hacia atrás y contemplar las rosas azules del acabamiento en los huertos. Quien escribe ha vivido la negritud a tres relevos y solo le resta una oscura claridad varada en la traición de los cielos abiertos. Amo el duro oficio de estos hombres con su sombra civil en pie siempre. Sus hímnicas huelgas contra los estafadores de sueños y los sencillos misterios de sus dioses domésticos.

Suena y consuena Hermann Hesse. Acudo a él: «Soy un vagabundo que camina en la oscuridad, pero conoce la luz y la busca».
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