18/09/2020
 Actualizado a 18/09/2020
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Que la estupidez no conoce ni fronteras, ni ideología, ni raza, ni religión… no cabe duda. Día sí, día no, somos testigos de que la tontería, el tamaño del universo y un número dividido entre cero, tienden a infinito. Es un mal de los países desarrollados del siglo XXI donde las cotas de bienestar, la escasa formación moral y la ausencia de principios hacen de la sociedad campo abonado para que cada cual intente hacer una sandez más grande que la del vecino.

Hace unos días la Academia de Hollywood, en un alarde de progresismo estúpido, anunció que desde 2024 cambiará sus reglas para poder optar a la estatuilla de mejor película.

Cualquiera pensaría que todo cambio en las normas para elegir a la que podría considerarse la mejor película del año, vendría de la mano de quizá el formato, la duración, el sistema de rodaje o cualquier otro aspecto técnico que redundase en la calidad artística del film. Pero nada más lejos de la realidad.

La Academia americana ha decidido que, a partir de 2024, para optar al galardón de mejor película, se deberá contar con lo que vienen a llamar ‘minorías’ en sus repartos, argumentos, equipos creativos y de marketing.

Entre los grupos raciales o étnicos minoritarios que deberán estar representados, señalan a los asiáticos, los latinos, los afroamericanos, los nativos americanos, los originarios de oriente próximo o el Magreb, los hawaianos, los isleños de Oceanía, sin olvidar al nativo de Alaska.

También deberán contar con un mínimo de un 30% del equipo conformado por mujeres, las etnias antes mencionadas, personas LGTBI+ y personas con discapacidad física, cognitiva o auditiva. No me digan que no es como para pedir ser voluntario en la próxima misión tripulada a Marte. Este tipo de medidas, lejos de conseguir hacer el bien, lo que obtienen es todo lo contrario. Algo tan grosero como la creación de ‘guetos’ sociales modernos a los que etiquetar para luego meter a calzador en cualquier empresa o industria y así ser ‘guay’ y decir que tú miras por el nativo de Alaska o el de Papúa.

Capítulo aparte me merece que metan en el mismo epígrafe a las personas con discapacidad con las mujeres o personas LGTBI+ como si las mujeres o los gays sufriesen de algún tipo de incapacidad. Parece estar redactado por un machorro retrógrado del siglo XIX.

De las cosas más bonitas y preciadas que puede tener el ser humano es la libertad y la igualdad y no podemos presumir de que las medidas de discriminación positiva hacia cualquier individuo sean la solución a los males de la sociedad, cuando al final lo que se está haciendo es marcar a la gente por su condición étnica, sexual, o de capacidades.

Empleemos nuestros esfuerzos en la educación de nuestros hijos para que el día de mañana sean adultos responsables sin prejuicios y que ante sus ojos distinguir entre sexos, razas y condición sexual, sea tan absurdo como hacer distinción entre los que tienen o no pecas o entre zurdos y diestros.
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