15/04/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Si el domingo pasado arremetí contra una de las derivas tóxicas de nuestras contemporáneas herramientas de comunicación, hoy voy a hacer lo contrario. Siempre con alguna licencia para la escatología, que tan agradecida es.

Digámoslo así: Whatsapp es oro molido. Me revuelvo de gusto en muchas conversaciones de los chats que en ella tengo. Son siderales tantas y tantas respuestas de mis colegas en aquellos. No es que en persona no sea capaz de semejantes maravillas, pero a veces la gente da lo mejor de sí, de su ingenio, a través de esa aplicación. Valga como ejemplo una perla, a manos de la fiera de Getafe cuando otro miembro trataba de tomarle el pelo al manifestar su afición por una zona de vinos muy trillada e injustificadamente cara de Zaragoza: «me gusta pagar de más, soy un vanidoso».

Luego está mi primo, que me abastece con insospechados vídeos de gente lumpen y joyas musicales de los 80, en plan tocino y velocidad: Rod Stewart + Parálisis Permanente, ese rollo. A él cualquier día le monto un pop up club, como llegó a ser La Fundación, solo para que pueda deleitar a sus queridos leoneses con su selección musical.

También puedes estar viendo la televisión (que como la app que nos ocupa sirve y mucho para paliar soledades) y a cientos de kilómetros de distancia compartir carcajadas y retranca sobre las sandeces que se saca de la manga el Wyoming al traducir en directa al inglés el título de la película o serie que ponen a continuación. Eso es un género en sí mismo también.

Y pensar que Facebook la considera una aplicación de segunda, para países no punteros, y estima que la buena es Facebook messenger. Me mondo. Nada como la inmediatez de Whatsapp. Zumba que se mata. Y fotos, vídeos, PDF e incluso esta columna también corren por ella a la velocidad del parpadeo. Pero qué se puede esperar de una multinacional que da la bienvenida en su sede de Silicon Valley con un panel con el famoso logotipo del pulgar en alto estampado y ¡atentos, exclusiva!… ¡resulta que ese panel es de segunda mano! Por detrás se ve otro logotipo, perforado. De la desaparecida Sun Microsystems. Está bien reutilizar, pero lo del cartel de Facebook es como darle la vuelta a los calzoncillos.

Recomiendo, ñam ñam, el uso indiscriminado y poco sostenible de WhatsApp. Es impagable ver como dando la turra en un grupo de antiguos alumnos reverdecen amistades.

Y ya puestos a ser naif, vamos a por el no va más: se puede uno enamorar hasta el tuétano por la aplicación. Y de verdad de la buena.
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