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Operación visera 7 / El prudente porquero

14/08/2022
 Actualizado a 14/08/2022
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Se afanaba el forastero en tareas y cuidados propicios a la obtención de frutos de la tierra, algunos no conocidos en época homérica pero sí en esta que tan torpemente la parodia. Aquellas codiciadas, jugosísimas bayas, primero verdes y luego rojas, cuya peluda planta alzaba una caña clavada en la tierra importaban un ardite al simulado granjero peripuesto de sombrero pajizo y guantes de goma. Si se inclinaba lo hacía por complacer a otros (a otra, más precisamente) y, bajo la torva amenaza del lumbago, refunfuñaba:

– «Ata bien los tomates y este año comemos ensalada de verdad, que los del súper no saben a nada». Todo el día mandando. Que no saben, dice, tú le pones vinagre a chorros y ya verás si saben. Y qué paliza, asfixiado para media docena de cherris, ya verás tú.

A esto se acercó Eumeo, criador de marranos y aborigen ilustrado, notorio por haber asistido a un par de cursos de difusos estudios dizque titulados y prodigar su sapiencia aun no siendo pretendida ni estimada.

– A los buenos días, vecino. Te lo diré sin preambulismos: para mí que los tomates trepan regular en esas varas tan torcidas. Y el sol, que es lo suyo, no les llega. Tan cerca de la tapia se dan mal.

– Pues nada, se agradece el consejo –afirma nuestro héroe y se agacha al punto, disimulando y prevenido de las proverbiales constancia y fidelidad del porquero.

– Lo que yo te diga. Como no endereces y apartes las matas, vas a criar hojas verdes. Y pocas. Es un requisito plantígrado.

– Hmmm –carraspea el disfrazado horticultor.

– Y ahora que estoy... ¿te has fijado en cómo tienes…?

Se ceba entonces el competente cochinero en la descripción de las muchas cuitas y reparos que él y solamente él ha sabido detectar en la vida corriente y moliente de los habitantes de la casa desde que llegaron, apercibiendo sobre gestos, costumbres y hasta intenciones que no fueron correctas así como de cuanto comportamiento, por obra u omisión, parécele impropio, inútil o contraproducente. Se extiende después en narrar cuantas ocasiones y conversaciones ha tenido del mismo tenor en épocas pasadas sin ser puestas en consideración sus amables admoniciones y dice cuánto daño ha hecho esa ignorancia en tiempos antiguos a previos habitantes de esa casa que en tanta estima tiene y a la que tantos cuidados, aun de boquilla, ha propiciado – Ahora bien, veo y reconozco en ti un buen vecino que sabrá guardar mis consejismos como lo que son, expresión de la buena voluntad de un servidor que solo pretende hacer el bien sin mirar a quién– concluye.

Casi al tiempo finiquita la jornada. Pero al siguiente día vuelve nuestro sufrido neoresidente a someterse a las tomateras y, al punto, regresa el ilustrado marranista a asomarse sobre la cerca:

– Como no lo arrimes más a la tapia eso no te crece bien. Y las cañas no las pongas tan rectas, que patina la mata.
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