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Operación visera 4 / El agasajo de los feacios

24/07/2022
 Actualizado a 24/07/2022
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Llegados los paisanos al ágora para oír hablar del forastero que no ha mucho habita la casa (rural) de un juicioso vecino ausente, se juntaron en gran número para admirarlo y agasajarlo, viéndole no como era sino como ellos lo imaginaran: alto y rechoncho de cuerpo a la par, a la par temible y enternecedor, con atuendo de exótica compostura, bragas escasas y de colores no naturales, túnica feroz estampada de feraces palmeras nilóticas, sandalias tal vez propias de lueñes tierras. Entonces se levantó uno de aquellos que mandaban el grupo, acaso presidente de Junta Vecinal, y arengó a todos diciendo: «ha avecinado un forastero errante en este lugar y nuestro natural nos persuade le convidemos a nuestro lado, a beber de nuestro vino y gustar de nuestras viandas, y yo digo festejémoslo y que salga de esta patria teniéndola por suya». Los asistentes aclamaron con prontitud tan sabias y amables palabras y se oyó el descorchar de botellas y el dividir de hogazas, sin que mediara contestación audible que no fuera cháchara creciente.

Y al cabo, cuando ya la noche había arrojado su negro manto sobre los mortales, hubieron espléndidas libaciones y grandes muestras de acogida que llevaron al forastero al borde de las lágrimas en varias ocasiones, sollozo que escondía entre sus purpúreos ropajes. Hubo también, más adelante, pruebas atléticas en plena naturaleza, más celebradas cuanto que tenían lugar al cobijo de las tinieblas y con azarosos resultados. Audaces carreras y nunca repetidas cabriolas, andanadas certeras y aparatosas luchas probaron muslos, piernas y brazos, robustas cervices y grandes vigores en medio de la algarabía y los ridículos de la bebida. Picado el forastero con tales demostraciones, fue y tomó una bola del juego y asombró a todos con un lanzamiento que la llevó tan lejos de castro, miche y bolos que nadie fue capaz de dar con ella más allá de la disminuida luz de las antorchas. Todos celebraron tamaña proeza, cantándola como epopeya con equívocos y mal pronunciados himnos entre libación y libación.

Ya se adivina la llegada de Aurora, con sus dedos rosáceos, cuando nuestro héroe siente el peso de los días y la somnolencia de la noche pasada en busca de lo que solo los dioses comparten con los hombres. Es entonces, en el instante en que la luz rasga el horizonte, cuando se oye al fin un estrépito presagiado largamente:

–Pero ¿dónde te has metido, gañán, y cómo vas? ¡Sales un momento «a conocer a la gente» y te quedas toda la noche de farra sin avisar, que nos tienes a todos pendientes! Anda tira para la casa, que eres lo peor.
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