¿Olvidar las alturas?

Llamarle Camino Olvidado quiere decir que hay una conversación pendiente con los pies, porque esta vertiente de las rutas jacobeas por el Bierzo, también llamado Camino de la Montaña es, en sí mismo, uno de esos recuerdos a atesorar. Cinco etapas le tocan al Bierzo de este exquisito pastel de pasos que acaba en Cacabelos y pone fin a esta sección

Mar Iglesias
06/09/2018
 Actualizado a 17/09/2019
La belleza de Colinas del Campo, tras el paso por el abrazo de las montañas es uno de los grandes alicientes de la ruta. | M.I.
La belleza de Colinas del Campo, tras el paso por el abrazo de las montañas es uno de los grandes alicientes de la ruta. | M.I.
Desde donde nace el Boeza, por las montañas de Colinas del Campo, pasando por Igüeña, entra por Quintana de Fuseros y San Justo de Cabanillas a dar a Labaniego y Arlanza y desembocar en Congosto para después volver a la habitual ruta llamada Camino Francés hacia Santiago, surge una de las variantes de las rutas jacobeas más espectacular para los amantes de las montañas, el que se ha dado en llamar Camino Olvidado o Camino de la Montaña.

Viene desde Bilbao, eso sí, y tiene 637 kilómetros hasta la villa del Cúa, pero al Bierzo le corresponden las etapas de la 17 a la 21. La primera de ellas, de Fasgar a Igüeña, es un recorrido de 19 kilómetros abrazado por las alturas. La sierra de Gistredo es el escenario de los pasos del caminante que discurren entre cascadas y fuentes. Tras una intensa subida pasamos al Campo de Santiago o Campa, donde las montañas que le miran superan los dos mil metros de altura.

Bajaremos a él para llegar a su ermita, que cobra sentido el día de Santiago con una romería de montañeros esencial ese día. La campa no es solo un lugar bucólico donde cerrar los ojos y ver pasar el agua que abunda a nuestros pies, sino que tiene una historia que le da sentido al entorno. En el siglo X allí, las tropas de Ramiro II de León y las de Almanzor sonaron a armas.

Martín Moro capitaneaba las de este último y la disputa, pese a la potencia en número de los sarracenos, fue para los cristianos. La intercesión de Santiago explica esa victoria, de ahí la construcción de la ermita en su honor. El camino sigue hasta Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, el pueblo con el nombre más largo de España y una belleza en sí mismo, a los pies de su particular dos mil, el Pico Catoute. Pasaremos por el Corral de las Yeguas y por un monolito destinado a este camino. Antes de llegar al pueblo, las aguas de la fuente de San Juliano nos permiten refresco para seguir bajando, entre barro en ocasiones, hasta el corazón del pueblo que tiene su centro en la ermita de Santa Dorotea, con un arco doble que parece estar dentro del propio templo.

El pueblo es Bien de Interés Cultural y solo tocar sus piedras y las de su puente romano, desde el que se disfruta del salto feliz de las truchas, nos hace sentir el por qué de ese galardón. Avanzamos hasta Igüeña, que acaricia el camino desde hace unas semanas con un enorme graffiti desde el que destaca su vena minera de una manera sensible y entrañable. Un retrato de un minero que habla de esfuerzo, de raíces y de arrugas de carbón.Se trata de una particular obra urbana que está en el entorno del albergue de peregrinos, que cuenta con indicaciones del camino incluso adecuadas a ciegos. Es un edificio elegante, a los pies del río donde se puede dar reposo a los pies antes de acometer la siguiente etapa. De Igüeña a Labaniego vamos restando otros 19 kilómetros. Vamos hacia Quintana y nos paramos en una gran cruz que pretende permitir al peregrino utilizarla a modo de la de Ferro, para depositar en ella una piedra y construir un gran hito en el camino. Desde Quintana de Fuseros a Labaniego, el camino arbolado es un espectáculo. Dicen que en este pueblo hubo un hospital para peregrinos, pero hoy llama la atención por su arquitectura acorde y propia que embellece su enfoque. Desde Labaniego el camino se abre hacia Congosto, por donde pasa también el camino del Manzanal. Son 18,5 kilómetros más para dar continuidad a un camino que nos sigue llevando por los rincones del Bierzo arropados por el pantano de Bárcena. El camino va por carretera, con el alivio de las aguas, y por el club naútico. Poco a poco nos ponemos ya en Cubillos del Sil, desde donde nos enfocamos hacia Cabañas Raras final de la penúltima parte de nuestro camino.

Desde Cabañas a Villafranca del Bierzo nos quedan 16,1 kilómetros, que ya están tocados por los reflujos de la pequeña Compostela y por el intenso paso de peregrinos del Camino Francés. Los viñedos y árboles frutales son la estampa que marca el camino desde este momento, que en Cacabelos ya deja de ser uno. Sin duda el Castro Ventosa como testimonio del paso romano por el Bierzo o La Edrada serán vestigios a visitarantes de rematar en Villafranca del Bierzo el periplo de un camino que los pies rechazan apodarle olvidado.
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