19/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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No me gusta. Pero, para entendernos, tengo que utilizar: ‘Okupa’, pues en este país nunca estuvo resuelto el problema de la vivienda, aún sabiendo que a muchos se la trae al pairo. Pero no todos somos Pablo Iglesias.

Con un pequeño apartamento, con ciertas comodidades y poco trabajo nos arreglamos. Es lo más a lo que podemos aspirar por la especulación del suelo y las malas políticas urbanísticas. Desde luego, no son espacios para vivir en pareja, ni para tener hijos por el exiguo espacio disponible y el sacrificio económico de por vida.

De niño recuerdo la casona en la que viví. Largos pasillos para correr y muchos espacios para jugar al escondite donde nadie podía encontrarte. En el desván, que en Valladolid llaman «el sobrao», se amontonaban muebles viejos que ahora serían muy codiciados y antigüedades, como el viejo gramófono y un montón de discos de piedra a 78 revoluciones.

En la espléndida terraza que daba al jardín se sucedían las radio novelas melodramáticas, de las tardes, que provocaban el llanto de mi madre y mis hermanas, mientras bordaban. En el corral las gallinas, conejos y a veces un gocho. Pero en el jardín, un tamarindo, dos granados, unos lilos de flores malva y blancas y dos grandes árboles llamados azufaifos, que nunca volví a ver. Sus frutos eran como aceitunas, que al madurar tomaban el color y la dulzura de los dátiles y eran muy apreciados. Tengo que admitir que algún dinero saqué con la venta de las azufaifas, que en Valladolid llaman «achifaifas».

Pero no siempre la vida fue tan fácil. De recién casados, mis padres vivieron en una casa «con derecho a cocina» porque una casa propia era algo imposible. En Valencia pasaron algún tiempo en la barraca de la tía Floripe. Aislada en plena huerta, me recordaba mi madre las noches de miedo que pasó con aquella bruja. Pero esta forma de vida era de lo más normal. Si no has visto la película ‘El Pisito’ no sabrás el sacrificio de tener una vivienda.

Eran otros tiempos y la melancolía, como el curso de un río, me ha apartado de lo que hoy pensaba escribir. En tu modesto hogar, en una barraca o casa con derecho –sólo– a cocina, lo imprescindible es que tengas a tu lado alguien que te okupe. Que okupe tu existencia… que okupe tu corazón.
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