22/07/2020
 Actualizado a 22/07/2020
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Con el debido respeto. Esta vez en Valladolid, asaltando viviendas en La Rondilla, Pajarillos y Zaratán. En los pueblos de León se revientan casas de labranza, de veraneo y viviendas. Alguno hay, que no mencionaré, que ha sido vandalizado por tres veces. Pero una vez hecha la fechoría, los delincuentes abandonan la zona porque se sienten más amparados en la ciudad. Si es Barcelona, lo mejor de lo mejor. A la sombra de estos se hizo popular la alcaldesa. También se explica el miedo de Iglesias a que los suyos, cualquier día, le entren en el casoplón.

Los okupas campan por toda España. Viven cómodamente, sin responsabilidades, y al amparo del gobierno. Los expoliados pagan sus facturas: luz, agua, gas. Incluso el IBI. Y eso, si no tienen que soportar una hipoteca. De no hacerlo se les echarían encima los bancos, juzgados... y verían su nómina o pensión embargada.

Han pasado los años y los ocupas están establecidos. Los vecinos se han acostumbrado a su presencia y los tratan con despego. El síndrome de Estocolmo les dicta: «Menos mal que han respetado mi casa».

Con el tiempo los antiguos propietarios se han empobrecido. Se van conociendo y se juntan en los parques para comentar sus sangrantes casos. Son cada vez más, para maldecir de su suerte y del poder. Los más audaces no se conforman y, en una tarde que se presentaba tranquila, urdieron un plan. «¿No somos pobres?» –se dijeron– y pensaron en contratar unos sicarios. Les daremos su propia medicina. Pero, prudentemente, descartaron la medida, entre algunas protestas.

Conociendo a sus okupas, se centraron más en sus movimientos. «Mira ya salen» –dijo un abuelo–. Una tipa, sale a la compra; al Txemari lo lleva su supuesto padre, a la ikastola; el otro al Centro Cívico, a ver si pilla algo y a preparar con sus compinches el próximo golpe; la otra, ambulatorio, por hacer algo.

¡Esta es la nuestra! –dijeron los expoliados. Y se precipitaron escaleras arriba. Con una cizalla cortaron el candado y se metieron dentro, a pesar de un tufo embriagador. Llamaron a la policía para justificar su situación. Pronto llegaron los servicios sociales, un concejal y varias psicólogas, mientras el vecindario aplaudía. Una vez calmada la situación. El concejal hizo su parodia. La policía fue requisando los carnets y conduciéndolos, uno por uno, a un furgón. «¿Adónde nos llevan?» - «A los juzgados» -«¿Con qué motivo?»- «Ya se lo dirán».

Una vez ante el juez: «Se les acusa de haber arrebatado su vivienda a gente ingenua, que –según la Constitución– «tienen derecho a una vivienda digna». Algunos, al oír la sentencia dijeron entre dientes: «¿Y por qué no la suya, Sr. Juez?».
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