«Lo poco agrada pero lo mucho enfada», repetía la abuela cuando nos poníamos pesados, con lo que fuera. Y no recuerdo ninguna frase de la abuela que no tuviera razón, incluida la de «cuando el tonto coge la linde la linde se acaba pero el tonto sigue», por decir una.
Es verdad que cuando nos dejaron votar nos hizo mucha ilusión, al principio. E íbamos todos para allá más contentos que unas pascuas y queríamos que nos llamaran para las mesas y ver a los interventores y el recuento de los votos y escuchar preguntar al día siguiente a Pío Cabanillas aquello de «¿quiénes ganamos?».
Pero, la verdad, tío Mañueco, ¿no nos estamos pasando? ¿tú a mi abuela no la conociste claro, así que no sabes lo de que lo poco agrada pero lo mucho cansa?
Otra vez los contenedores de basura llenos de fotos de unos tíos que siempre se están riendo. Eso le molestaba mucho a Angelillo que, como la cosa estaba bastante jodidilla, siempre se hacía la misma pregunta: «Oye, ¿tú sabes de qué se ríen estos?». La verdad es que no. Ni de qué, ni de quién.
El único consuelo que te queda para aliviar el cansancio es que de las urnas hay gente que encuentra la puerta de entrada, pero son muchos más a los que les enseñan la de salida. Es lo que hay.
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