Imagen Juan María García Campal

¡Ojo con el frío!

10/01/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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¡Ya está! Hemos tenido noches buenas, habitadas de ausencias; hemos cambiado el dolorido y ligero viejo almanaque por el nuevo pleno de incertidumbre, ignorando el peso específico del tiempo; hemos hecho magia con la felicidad –instantes que pretendemos estado– con ese viejo truco que es esperanzarnos obviando la realidad. Influenciados por tradiciones que interpretan festiva y, sobre todo, mercantilmente una ficción universal, hemos gibarizado nuestra conciencia a lo más próximo y reducido el universo a lo que mantenemos de puertas adentro. Por si alguna alarma aún así saltase, nos hemos escondido en memoriosas añoranzas de felices infancias y hemos opacado nuestro saber de las muchas otras realidades que existen tan alejadas de las abundancias trajinadas y las alegrías decretadas; hemos recibido y dado deseos de felicidad expresados por formal –¿ay, dónde lo esencial?– costumbre con fechas de inicio y caducidad –¿quién nos deseará ventura y prosperidad para la primavera o el otoño, quién para febrero o julio, para cualquier noche negra?–. Mas ahora ya, aún afortunada e irremediablemente, hemos regresado plenamente al frío; al frío de los días, a las frías certezas de la vida, a las tempestades del mundo. Bien podríamos parafrasear a Carlos Puebla: se acabó la diversión, regresó la realidad, mandó a parar.

Pero no, terminados los festejos y apagado el lucerío no sería justo, ni para nosotros ni para los otros que acaso hayamos obviado durante esta fiebre de ficcional y próspera felicidad, que permitiéramos que se nos instale en el ánima y ánimo el frío de la realidad, por helado que venga, por inhumano que arrecie. Es ahora, roto el embeleso, cuando más precisamos de esa humana magia que es la voluntad. Voluntad para entibiar los propios y ajenos días; para regresar de los salones de los pasos perdidos ¿o fue otra cosa –la dignidad–, por ejemplo, lo que algunos perdieron en esos salones? y bajar a la calle al encuentro de los injustos sinsabores que nos rodean por más que se nos quieran ocultar tras los cortinones de una supuesta prosperidad cuyos beneficios siguen acumulando los mismos, agrandando la brecha social en que se están hundiendo tantos ciudadanos de este país.

No, no debemos permitir que en el alma se nos instale el frío. Acabados los festejos, apagado el lucerío, continúan cerca –hoy no hay distancias– las más humanas de las navidades con sus pobrezas, con sus persecuciones, con sus huidas en busca de una vida mejor. Que no se nos instale el frío.
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